LA CRÓNICA

Por el bien de los niños

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RAFAEL TAPOUNET / BARCELONA

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Jornada histórica en el Parlament de Catalunya. Otra. Los manuales de historia que en el futuro se ocupen de este periodo no tendrán papel suficiente para consignar tantas jornadas históricas. El caso es que la Cámara catalana dirime por primera vez desde la restitución del autogobierno una moción de confianza, que es un procedimiento parlamentario que remite a los 'glory days' de la transición, cuando Adolfo Suárez y Felipe González lo utilizaban cada vez que querían poner en marcha políticas de austeridad sin tener cargo de conciencia. "Yo no veo claro lo de los recortes pero ustedes me están empujando a hacerlos", parecían decir a los diputados. Lo cual, bien mirado, tampoco estaba mal: ahora la austeridad ya se da por supuesta y nadie siente la necesidad de poner su cargo a disposición del parlamento antes de blandir la tijera.

En la Ciutadella se respira ambiente de partido importanteCarles Puigdemont, ese presidente que parecía estar de paso, ha considerado que al proceso catalán, tan rico en exhibiciones coloridas y gestos retóricos, le faltaba algo, y ha decidido someterse a una cuestión de confianza. 'A matter of trust', que decía Billy Joel en una canción que en 1986 se convirtió en un inesperado superéxito en la Polonia del general Jaruzelski. A juzgar por su corte de pelo y por el repertorio escogido para su controvertido bolo de Cadaqués, el president Puigdemont es más de los Beatles que de Billy Joel, pero el desencuentro con la CUP que lo ha llevado a pasar por este trance de la moción de confianza parece sintonizar bien con la lírica del hombre del piano cuando este canta: "Algunos amores son una mentira del corazón / los fríos restos de algo que tuvo un comienzo apasionado...".

DEL AMOR A LA CONFIANZA

Junts pel Sí y la CUP son algo muy parecido a esa pareja que ha dejado de quererse pero hace el propósito de seguir adelante por el bien de los niños, así que para definir su relación sustituye la palabra 'amor' por la palabra 'confianza'. "Una cadena de confianzas -ha dicho Puigdemont en su intervención- que no se acabe mañana con la votación, sino que continúe hasta que Catalunya sea un Estado independiente de pleno derecho". O hasta que los hijos se vayan de casa, si es que se van algún día.

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Pero, ay, la convivencia sin afecto verdadero es una aventura complicada. Si hemos de creer lo que nos cuenta la serie 'Borgen', los líderes politicos daneses esperan siempre hasta el último segundo para tejer y destejer sus insospechadas alianzas mientras charlan educadamente ante un plato de galletas de mantequilla. Ese elemento de suspense y civilizada incertidumbre (¿pactarán los verdes con la ultraderecha para salvar in extremis a la primera ministra moderada?) está muy bien, porque contribuye a mantener vivo el interés de la ciudadanía, pero la excepcionalidad catalana –"de excepcionalidad en excepcionalidad hasta la normalidad final", ha apuntado el 'president'- aconseja funcionar de otra manera y convertir cada paso en objeto de negociación y pacto previos.

De modo que uno no puede dejar de pensar que la 'mise-en-scène' de esta cuestión de confianza también ha sido pactada; de hecho, lo piensa desde que la portavoz de la CUP, Anna Gabriel, aseguró a principios de este mes que su grupo respaldará a Puigdemont en la votación del jueves y se avino a considerar un apoyo a los presupuestos siempre que estos incluyan partidas dedicadas a un referéndum unilateral. El discurso del jefe del Ejecutivo se ajusta con precisión al guion: un 'pack' de confianza y presupuestos a cambio del compromiso de celebrar ese referéndum 2.0. Pero también parece intuir, como Roy Scheider en 'Tiburón', que aquí va a hacer falta un barco más grande, así que lanza por si acaso un cable a CSQP y proclama su voluntad de perseguir "hasta el último día" una consulta acordada con el Estado.

TOPOR Y MAS

Desde la tribuna de invitados, la primera dama, Marcela Topor, sigue la intervención de su marido con la misma mezcla de orgullo y sentido de la historia con la que Brian Epstein miraba a los Beatles en el concierto del Shea Stadium. Tres sillas más allá (los separan los expresidentes del Parlament Núria de Gispert y Joan Rigol), Artur Mas observa a su sucesor y de vez en cuando cabecea en señal de asentimiento, pero no puede reprimir un bostezo inoportuno durante el tramo en que Puigdemont pasa revista al trabajo realizado por el Govern en los últimos nueve meses. Los nueve meses sin Mas.

El discurso dura 57 minutos. Cuando acaba, los diputados de Junts pel Sí se ponen en pie y aplauden con efusión. Luego, todos se dispersan, salvo los parlamentarios de la CUP, que se quedan junto a sus escaños conferenciando en una especie de melée espontánea. Mañana les aguarda otra jornada histórica.