el pianista del majestic // ARTURO San Agustín

Alimentaria

ARTURO San Agustín

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El salón Alimentaria, siendo negocio, es, también, un canto a la vida. Barcelona parece más feliz cuando este invento de las cosas del comer y del beber se instala en la Fira.

O sea que, el domingo, cuando algunos, en Madrid, aplaudían a la mujer de Mariano Rajoy, aquí, en la Llotja de Mar, se aplaudía a los ganadores del premio Vila Viniteca, creado por Quim Vila, gran señor del vino y príncipe de la Ribera. Al día siguiente, el lunes, el cocinero Fermí Puig, duque de Granollers, en el discurso inaugural de Alimentaria, dejaba muy claro que la alta cocina es un trabajo de equipo y, por consiguiente, en la cocina, los segundos cocineros son tan importantes como los primeros.

Fermí Puig me tiene muy dicho que, de todas las especies protegidas, la que está en mayor peligro de extinción es el payés. De modo que si queremos que no desaparezcan los sabores autóctonos, si queremos que sobreviva lo artesanal, hemos de mimar a los payeses. Y, desde luego, pagarles justamente. Si seguimos como hasta ahora, nos quedaremos, por ejemplo, sin la gallina periquita, enana y voladora, que casi ha desaparecido y cuya carne es de las más apreciadas.

Alimentaria es Enric Canut, el emperador de los quesos. Y Josep Puigpelat, exdirigente de la Unió de Pagesos, que elabora la nueva cerveza Calamanda. Y Ramon Parellada, ayudando a promocionar, en el restaurante El Racó d'en Cesc, la denominación de origen Catalunya para vinos. Y unos chiclés que aceleran el bronceado, el café con leche en tetrabik o un té para embarazadas. Y, también, un humo líquido, que da a las carnes, así lo anuncian, un auténtico sabor de barbacoa cocinada al aire libre. Y una carne, a base de soja, pensada para vegetarianos. Y, por qué no, vodka con jengibre.

Alimentaria es tan importante y decisiva que incluso es capaz de resucitar a uno de los vivos más vivos de España: José María Ruiz Mateos. Su presencia en Alimentaria estaba anunciada, pero no sé si actuó. Cuando me disponía a ir a ver al resucitado, me invitaron a probar un jamón y, francamente, me quedé con el jamón.