Análisis

El PSC se prepara para gobernar en el 6026

Carles Cols

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John Scopes fue víctima en 1925 de un juicio tan sonado en su época como absurdo es aún hoy. Se le acusaba de haber enseñado a sus alumnos la teoría de la evolución. Un político de prestigio quiso ejercer el papel de acusador. Era William Jennings

Bryan, tan fiel a sus convicciones que, con la opinión pública fascinada en lo que fue bautizado por la prensa como «el juicio del mono», tuvo la inconsciente osadía de afirmar que el mundo fue creado el 23 de octubre del año 4004 antes de Cristo, a las nueve de la mañana. El abogado defensor, Clarence Darrow, le destrozó: «¿Hora del este o del oeste?».

El PSC comenzó ayer la cuenta atrás de los años, meses, días y casi horas que les restan para volver a presidir la Generalitat. Si de Artur Mas depende, no será antes, como mínimo, del 27 de diciembre del año 2022, mediodía en hora catalana, para ser más exactos, pues el nuevo jefe del Govern de Catalunya prometió tiempo atrás que como máximo permanecerá 12 años en el cargo, toda una eternidad si uno se sienta en los ingratos bancos de la oposición, pero un periodo de tiempo más que suficiente para que el socialismo catalán moldee un candidato alternativo para quien entonces será el delfín de Mas. Ahí, en realidad, quería yo llegar.

El Pati dels Tarongers del Palau de la Generalitat, terminada la solemne proclamación de Mas como nuevo president, era ayer un singular acuario en el que, entre celacantos del pujolismo (Lluís Prenafeta, Josep Maria Cullell, Joan Rigol...), se podía ver perfectamente crecer a los chanquetes del arturismo, pues no hay aguas más tranquilas para criar un líder que las del poder. Es cierto que el nuevo president confesó ayer que siete años de oposición le han dejado mejor preparado para asumir el cargo de lo que lo estaba en el 2003, cuando se estrelló contra el primer tripartito, pero como cabeza de lista con posibilidades de ganar no hay ninguna duda de que nació entre los algodones del pujolismo.

Por simple contraste, ese es el drama que aqueja al socialismo catalán. No tiene una fórmula distinta para construir un líder. El poder municipal ha sido su delfinario durante años como el autonómico lo ha sido para CiU. A las próximas elecciones municipales, por ejemplo, los convergentes presentan como firme aspirante a la alcaldía de Barcelona a Xavier Trias, otra obra de la seguridad y sabiduría que -se supone- concede el contacto cotidiano que eso tan abstracto que es el poder.

Dentro de cinco meses, el PSC se adentrará, dicen las encuestas, en el desierto más vasto que jamás haya pisado la izquierda catalana. ¿Idéntico en aridez al que ha transitado CiU los últimos siete años? No. Peor. He aquí lo inédito de la situación. La federación nacionalista tenía un Moisés al que seguir. El PSC, por la tozudez de José Montilla de estirar la legislatura hasta el máximo límite legal, se verá de repente en otoño depositando la brújula de su futuro en manos de un líder hoy por hoy incierto que, si se trata de haberlo regado en un tiesto de poder, no será el de la ciudad de Barcelona. Si el PSC juega bien sus cartas y Mas no comete enormes errores, los socialistas tendrán una oportunidad de volver a gobernar Catalunya en el año 6026 desde la creación del mundo. Hora catalana, por supuesto.