50º CUMPLEAÑOS DEL MONARCA

Felipe VI, sin biografía intelectual

El rey Felipe VI, durante su intervención televisada.

El rey Felipe VI, durante su intervención televisada.

José Antonio Zarzalejos

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La cincuentena a la que el Rey llega el martes próximo en plenitud personal e institucional con más de tres intensos años de reinado a sus espaldas parecía una buena ocasión para que su biografía intelectual, su entendimiento de la función de la Corona y su percepción de España y de sus sociedades, se conociesen de una manera directa y sin eufemismos. La otra biografía, la de los episodios que han ido marcando su devenir como heredero de la Monarquía parlamentaria y sus primeros pasos como Rey, son sabidos hasta el detalle y se han relatado a veces con una adulación tan impropia como la hostilidad que se ha manejado en otras. Esta era la oportunidad redonda para que, en una España en trance de cambio, el jefe del Estado se mostrase más nítidamente en su forma de pensar y de sentir. Pues ni una entrevista; ni un relato personal. Nada que cruce el fielato del blindaje tras el que se adivina una personalidad interesante pero esquiva.

No se ha juzgado oportuno biografiar intelectualmente a Felipe VI, sin duda un Monarca preparado académicamente y con un buen cúmulo de experiencias políticas, sociales y familiares. Por eso, el Rey es un gran desconocido. Podría objetarse que de sus discursos e intervenciones en actos de distinta naturaleza se deduce su entendimiento del país y de su propia función. Es cierto. Pero resulta insuficiente. El Monarca es, quizá como contrapunto a la accesibilidad de su padre, un hombre reservado con rasgos de timidez que su entorno interpreta  más como de una cautelosa prudencia. Felipe VI no es precisamente espontáneo aunque sea siempre agradable en el trato; se expresa con contención y maneja con mucha disciplina personal su emotividad.

Da la entera impresión de asumir el ejercicio de las funciones propias de la Corona más como un destino ineludible que como una circunstancia vital. De ahí que sea un hombre cumplidor estricto con su deber, que se exprese siempre de una manera institucional sin subjetividades y que se atenga a pautas rigurosas de comportamiento público y -lo afirmo aunque pueda resultar arriesgado- también privado.

Las aficiones del Rey y de su esposa delatan el modelo de vida al que aspiran y que están normalizando. Pasean por el Madrid de Malasaña, cenan en establecimientos insólitos y castizos, acuden al cine inopinadamente, acuden a invitaciones de casas de amigos midiendo siempre muy bien el grado de compromiso que con ello asumen, se encargan directamente de la educación de sus hijas -se ha llegado a sostener que las sobreprotegen-, vacacionan de incógnito un par de veces al año sin conocimiento de los medios aunque sí del Gobierno, con el que el Rey a través de su Casa está permanentemente en contacto. Reciben invitados discretos en su residencia, un edificio próximo al palacio de la Zarzuela con aspecto externo de parador de turismo y un interior de sobria estética burguesa, y se empeñan en no resultar estridentes en nada ni con nadie.

Camuflaje emocional

Esta media distancia en la que el Rey es percibido -y que responde a una voluntad estratégica- le permite adoptar muchas decisiones de manera impasible. Por graves que sean, y muchas lo han sido, tanto de ámbito familiar como políticas e institucionales, Felipe VI parece no inmutarse aunque su pelo encanecido y las arrugas faciales que ya le marcan el rostro denuncian las tensiones que absorbe en el desenvolvimiento de sus responsabilidades. La propia barba blanquecina que ahora luce de manera constante -antes lo hacía con interrupciones- parece comportarse como un cierto camuflaje emocional que le añade imperturbabilidad. Un rasgo que no es temperamental sino de carácter, es decir, de temperamento ahormado en el molde de sus obligaciones.

Felipe VI -otro rasgo de su carácter- no improvisa. Es un trabajador constante. Es Rey de manera permanente. Más allá de parecidos verosímiles -semejanzas con su padre o con su madre-, el Rey carece por completo de cualquier atisbo de frivolidad. Es un tipo serio y consciente. No siempre acertará pero pone toda la carne en el asador. Y no le pierde la cara a los desafíos. Ni siquiera al más recurrente: ¿Para qué sirve la Monarquía parlamentaria?, ¿hay que relegitimarla tras la Constitución de 1978?, ¿cuáles son los valores republicanos -en sentido cívico- de la Corona? Preguntas para una biografía intelectual todavía no elaborada.