conflicto por una obra en washington

Un mal Moneo

Una década después de su inauguración, la residencia del embajador de España en Washington se encuentra «en estado de ruina funcional». Tras años de frustraciones y diálogo infructuoso, el Estado reclama al arquitecto navarro, premio Pritzker, dos millones de euros en concepto de indemnización.

La residencia del embajador de España en Washington, un espacio poco presentable para recibir.

La residencia del embajador de España en Washington, un espacio poco presentable para recibir.

RICARDO MIR DE FRANCIA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Estaba llamada a ser un emblema de la modernidad de España, pero ha acabado pareciéndose más a un símbolo de su deprimente realidad. Una década después de ser inaugurada, la residencia del embajador en Washington se encuentra «en estado de ruina funcional». Así lo describe el Ministerio de Exteriores en el expediente de reclamación contractual que ha presentado contra el arquitecto Rafael Moneo, al que reclama dos millones de euros en concepto de indemnización. Tanto para el maestro navarro como para la diplomacia española esta casa ha sido una fuente permanente de frustraciones y desencuentros. Una historia para olvidar.

Para la mayoría de la decena de fuentes consultadas, esta es una historia desagradable o difícil de contar. Ya sea porque se remonta como mínimo a 1999, cuando empezaron las obras de la residencia, o porque el procedimiento abierto por Exteriores contra el arquitecto español de mayor proyección internacional podría acabar en los tribunales. Moneo (Tudela, Navarra, 1937) no acepta la indemnización que le exige el Estado, y aunque preferiría resolver el asunto amistosamente, está dispuesto a pasar por el juzgado. «Para mí sería muy doloroso si tuviera que resolver esto un juez, pero creo que he hecho un buen trabajo profesional en una parcela bien complicada», afirma al otro lado del teléfono.

Roturas, goteras, grietas...

Esencialmente es la palabra de uno contra el otro. El arquitecto responsabiliza al constructor de los problemas del edificio. El constructor, al arquitecto. Y Exteriores, a los dos. Lo que es un hecho es que menos de una década después de que José María Aznar inaugurara la residencia, en enero del 2004, el edificio está hecho una calamidad.

El ojo virgen, de visita rápida, quizás no se daría cuenta, pero el ladrillo de la fachada se deshace y el adoquín de las terrazas y las aceras se está desintegrando. Hay goteras en el garaje y en alguna de las habitaciones. Hay problemas de drenaje y de saneamiento de aguas. O grietas en los muros exteriores. Buena parte de los problemas se derivan de los materiales utilizados, traídos desde España por decisión de Moneo, que resultaron totalmente inadecuados para el clima de Washington.

Todo esto ha hecho que el edificio se convierta en un escaparate embarazoso para la diplomacia española. El actual embajador, Ramón Gil Casares, ha dicho en alguna ocasión que la residencia no está presentable para invitar a los norteamericanos. Y su predecesor, Jorge Dezcallar, declinó varias solicitudes de revistas de arquitectura para fotografiarla. Nadie llega a entender cómo Moneo se ha negado a asumir un céntimo de las reparaciones tras años de diálogo infructuoso. «Lo que más me cabrea es la irresponsabilidad social del arquitecto, que se ha lavado las manos», dice una fuente diplomática.

Un terreno maldito

Según los peritos del ministerio, el coste de la rehabilitación ascendería a 3,8 millones de dólares, buena parte de los cuales debería pagarlos Moneo. «Yo soy consciente de las deficiencias que tiene la residencia y soy el más interesado en que el asunto se resuelva», dice el Premio Pritzker, el equivalente al Nobel de arquitectura. «Pero lo que pide el ministerio me parece excesivo. Creo que por menos de la mitad podría resolverse».

Esta historia empieza en los años del crack, cuando Washington era una de las capitales del delito de EEUU. El barrio de la antigua residencia, un palacete ecléctico construido en 1922 en el corredor de las embajadas, se había vuelto peligroso y optaron por hacer las maletas. En 1989, el embajador Julián Santamaría compró la parcela de la nueva residencia por 3,6 millones de dólares en Foxhall Road, una carretera flanqueada por mansiones y sedes diplomáticas rodeadas de bosque. Pero a su sucesor, Jaime de Ojeda, no le gustó la hectárea adquirida de terreno empinado y la mantuvo baldía hasta que el distrito de Columbia exigió a España los impuestos correspondientes.

Aquello puso en marcha el proyecto, que se adjudicó a Moneo en 1996 como parte de una estrategia del ministerio de Abel Matutes para promocionar la imagen de España asignando las nuevas legaciones a arquitectos españoles de renombre. Por recomendación del padre del Kursaal de San Sebastián y, en Barcelona, de L'Illa Diagonal y del Auditori, el ministerio asignó la ejecución de la obra a la constructora Doyle Builders. «Sobre la mesa había dos ofertas, una española y otra americana. Moneo se decantó por la segunda, que era la más cara», dice una fuente oficial del ministerio.

En 1999 se iniciaron las obras con un presupuesto de 8,4 millones de dólares y un plazo para completarlas de 450 días. Pero muy pronto surgieron los problemas. La constructora empezó a alegar «retrasos en la dirección de la obra, falta de presencia y fallos en la documentación técnica», y a quejarse por las continuas modificaciones en los planos, más de 700, según consta en el expediente de responsabilidad contractual abierto por Exteriores contra Moneo.

«Los planos estaban incompletos y los materiales eran inconsistentes con el clima de Washington hasta el punto de que fue casi imposible construir la residencia», dice el constructor John Doyle desde Florida. Moneo apenas apareció por la obra. Por entonces vivía ya en España, pero daba clases en Harvard a temporadas y trabajaba también en el proyecto de la Catedral de Los Ángeles, de modo que el seguimiento quedó en manos del estudio Moneo-Brock, dirigido por su hija (Belén Moneo) y su yerno (Jeff Brock).

Cuando la obra se entregó, había transcurrido más del doble del plazo contratado con el ministerio. Unos meses después, el constructor reclamó cinco millones de dólares al Estado por los perjuicios que le habían causado Moneo y sus colaboradores. España acudió a un arbitraje y acabó indemnizándole con casi 1,5 millones, renunciando, de ese modo, ambas partes a futuras reclamaciones.

«Rapido deterioro»

«El ministerio actuó por temor. Compró el silencio del constructor cuando había demostrado una enorme incompetencia. Nunca hizo un calendario de obra ni encontró los subcontratistas a tiempo. Por eso perdió dinero», dicen desde el estudio Moneo Brock. De lo que no hay duda es que, como constata el ministerio, «menos de un año después de finalizar la obra, el inmueble comenzó a sufrir un rápido deterioro», en parte por «las acciones, errores y omisiones» del arquitecto. El éxtasis se alcanzó durante la fiesta nacional del 2008, cuando las aguas residuales se desbordaron en las cocinas «por un arqueamiento de las tuberías de desagüe» mal consolidadas.

«Los invitados no llegaron a enterarse, pero se tuvo que movilizar toda la cocina con fregonas para solucionarlo», dice una fuente conocedora del incidente. Gran parte del problema de la casa vino por la decisión de Moneo de apostar en la medida de las posibilidades por materiales españoles. La fachada se construyó con ladrillos de Bailén. Los azulejos del patio se trajeron de Sevilla. Y las persianas, de Barcelona.

El constructor desaconsejó el uso de los ladrillos de la fábrica Malpesa, que incumplían la normativa estadounidense, según los exámenes de laboratorio encargados años después por el ministerio. Pero Moneo, que no se ha responsabilizado del fiasco, alegó que la decisión fue «expresamente aceptada» por España «como un elemento más de fomento y proyección de la industria española». 

A lo largo de los años ha habido bastantes intentos para negociar un acuerdo satisfactorio para las dos partes. Moneo llegó a redactar un proyecto de rehabilitación en el 2009, pero el ministerio creyó que dejaba fuera demasiados elementos. Dos años más tarde, en cualquier caso, se le instó a que lo redactara afrontando el 50% de los costes, pero el arquitecto lo rechazó.

«Nadie se ha atrevido a meterse hasta ahora con Moneo. Parecía que tuviera bula, que fuera un santón», se lamenta un diplomático. Pero el arquitecto, que también tuvo problemas con el Museo de Arte Moderno de Estocolmo o retrasos en el Prado, tampoco tiene demasiadas cosas buenas que decir de la otra parte. «A nosotros nos hubiera gustado que los embajadores de estos años hubieran tomado la iniciativa, pero nadie ha ayudado a resolver el problema».El caso es que, tras más de 14 millones de dólares, entre la financiación del proyecto, las reparaciones y auditorías de estos años o las minutas de Moneo -637.000 euros-, la residencia sigue deteriorándose como un enfermo terminal. Tanto es así que los actos representativos más multitudinarios, como la última fiesta nacional, se están trasladando a la vieja residencia de la calle 16.