La guerra civil, un laboratorio de cobardía

Franco con Hitler en su encuentro en Hendaya el 23 de octubre 1940.

Franco con Hitler en su encuentro en Hendaya el 23 de octubre 1940. / periodico

RAMÓN LOBO

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España fue un campo de entrenamiento de lo que vendría después, un lugar que el que confluyeron la mala suerte, los intereses de las élites locales y las ambiciones de la potencias de la época. Aquí se probaron armas, voluntades y tácticas antes de trasladar lo aprendido a una empresa mayor. El fracaso del golpe del 18 de julio de 1936 —que no logró imponerse en todo el Estado y derivó en guerra civil— sirvió para medir la falta de coraje de muchos líderes, su incapacidad para socorrer a la joven república española. Aquella parálisis fue gasolina para el incendio.

Es probable que la segunda guerra mundial fuera inevitable tras el mal final de la Primera. Los vencedores de aquella contienda, que costó la vida a más de 20 millones de personas, optaron por humillar al perdedor. Alemania cayó en una profunda crisis económica, política, social y ética agravada por la Gran Depresión que produjo el abono necesario para que fermentara el rencor del que surgieron los nazis.

Cuando despertó el monstruo del odio en un país tan culto como Alemania, cuando se organizó entorno a las camisas pardas, la Europa victoriosa de la paz de Versalles sintió un escalofrío. El espectro de una guerra más destructiva que la de 14 se instaló en Londres y París, que optaron por contemporizar con Berlín. En este ambiente timorato se produjo el golpe del 18 de julio de 1936 en España.

Se podría decir, siguiendo el lenguaje interesado de hoy, que los nazis y los fascistas de Benito Mussolini eran unos populistas. Su discurso se dirigía a las tripas de una sociedad inculta y empobrecida, harta de unos dirigentes incapaces de resolver sus problemas. No hablo de España, sino de la Francia de Marine Le Pen, la lideresa del xenófobo Frente Nacional o del británico Nigel Farage y otros impulsores del 'brexit' que hallaron en el rechazo visceral a la UE un modo menos visible y comprometido de expresar su racismo latente. Se puede hablar de los retrocesos democráticos en Hungría y Polonia, que han convertido el rechazo al refugiado sirio (musulmán) en un estandarte, en la esencia de su nacionalismo.

IDEOLOGÍA BRUTA

Es la misma ideología bruta de los años 30, pero mejor vestida, y que tiene votantes debido a una crisis económica similar a la de 1929 en las avanzadas Holanda, Bélgica, Alemania y los pasíses Esandinavos. La educación y la cultura no bastan para protegernos de la bestia que todos llevamos dentro.

España fue, además de un polígono de tiro para la Legión Cóndor (Madrid, Guernica, etc.), un gigantesco laboratorio de una cobardía que se repite, no importa en qué conflicto, no importa con qué dirigentes: Siria (2016); Camboya (1975); Ruanda (1994); Bosnia-Herzegovina (1992) o Darfur (2003). Los líderes se reúnen para dictar comunicados, ganar tiempo y disimular que solo saben actuar si median intereses, como en el Irak de Sadam Husein. No eran armas de destrucción masiva lo que buscaban, era petróleo. Mientras unos fingen acción, otros matan civiles a machete, bala, granada de mortero o bomba aérea. Esa parálisis potenció la catástrofe política y humanitaria de la II República.

En julio de 1936 estaban en el poder Stanley Baldwin en Londres y Leon Blum en París. Para evitar que la guerra civil española fuera el detonante de algo más grande, impulsaron la no intervención y el embargo de armas que alemanes e italianos incumplieron desde el primer día. Pese a las pruebas, optaron por mirar a otro lado. En octubre de 1936, Josip Stalin comenzó ayudar al Gobierno legal con asesores, armas y algunos aviones. Uno de los grandes duelos de la segunda guerra mundial empezó a fraguarse en España.

No se puede entender la victoria de Franco sin la ayuda alemana e italiana, además de la inacción de las democracias, cuya política tuvo su cumbre en la cobardía del primer ministro francés Édouard Daladier, quien maltrató a miles de refugiados españoles en 1939. Sus fotos recuerdan a las de los refugiados sirios, como si la tragedia del perdedor no tuviera fin, solo un cambio de nombres y nacionalidades.

Cinco meses después del final de la guerra civil española estalló la mundial, que esta vez saltó de Europa a África y Asia: más de 60 millones de muertos. Baldwin pasó a la historia como paradigma de ineptitud. Churchill dijo a la muerte del primero que hubiera sido mejor para la humanidad que no hubiera existido. Hoy, muchas décadas y guerras después, la política sigue produciendo más Baldwins que Churchills.

PASEO MILITAR

Ganada su guerra civil, Franco y su régimen, apostaron en su parafernalia, discurso y acciones por la Alemania nazi, que invadía países en un paseo militar que hacía presagiar un nuevo orden mundial. Franco cambió el 12 de junio de 1940 el estatus de país neutral al de no beligerante, que le permitía devolver favores y cooperar con Alemania. El 23 de octubre de ese año, el dictador español se entrevistó con Hitler en Hendaya. La historia inventada por el régimen tras la derrota nazi nos vendió un Franco firme, que poco menos se enfrentó a Hitler negándose a entrar en la guerra. La realidad es que pidió el control del Marruecos francés y el rearme de su Ejército, condiciones que Hitler desoyó.

Berlín no descartó invadir España, tomar Gibraltar y cerrar el Mediterráneo. Durante meses barajó esa posibilidad, incluso mantuvo una división en Francia destinada a esa misión. Todo cambió el 22 de junio de 1941 cuando Alemania lanza la Operación Barbarroja: la invasión de Rusia. Hitler se subió a los zapatos de Napoleón, repitió sus errores y acabó también derrotado. Esa invasión y no la de España nos condenó a décadas de dictadura. Sin nazis en el territorio, no hubo liberación aliada ni plan Marshall. Es política-ficción, lo sé, pero todo pudo ser de otra manera.

Franco salió de Hendaya convencido de que debía moverse con tiento si quería salvar el trono. Nada más producirse el ataque a Rusia, envió al frente de Leningrado a la División Azul. La tesis oficial era que España solo era beligerante solo con Stalin. El primer reemplazo compuesto por voluntarios falangistas partió de Madrid en julio de 1941 con el temor de llegar tarde a la conquista de Moscú. Su jefe, Agustín Muñoz Grandes, era el favorito de Hitler para reemplazar a Franco.

Las tornas empezaron a cambiar en febrero de 1943 con la derrota en Stalingrado. A finales de ese año, Franco retiró la División Azul y coqueteó con los aliados. Acabada la segunda guerra mundial, España se quedó fuera del nuevo orden. No hubo liberación ni premio, solo pobreza y represión. Ahí seguimos 80 años después, sin memoria de lo ocurrido, sin decencia política. Seguimos siendo un país averiado.

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