Muere en Faluya un yihadista que la célula de Terrassa envió a Irak

Una imagen de la operación antiyihadista de los Mossos del pasado abril, en el barrio de Ca n'Anglada de Terrassa.

Una imagen de la operación antiyihadista de los Mossos del pasado abril, en el barrio de Ca n'Anglada de Terrassa. / periodico

ANTONIO BAQUERO / MAYKA NAVARRO / TERRASSA

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La llamada se produce el pasado 9 de mayo. En la pantalla del teléfono, aparece un número iraquí. El comunicante, tras un breve saludo, se limita a informar a la mujer, hermana de un marroquí vecino de Terrassa, que el hombre ha muerto en el transcurso de unas explosiones en la ciudad iraquí de Faluya. Se había desplazado, tras pasar por Siria, para luchar en las filas del Estado Islámico. La llamada se corta sin aportar más datos. Desde entonces, la familia no ha vuelto a saber nada más.

El fallecido es una de las cuatro personas que habían enviado a Siria los miembros de la célula terrorista que los Mossos d'Esquadra desmantelaron el pasado 8 de abril en varias localidades, entre ellas Terrassa y Sabadell. El fallecido fue el único que llegó a enrolarse en las filas del Estado Islámico. Los otros tres fueron detenidos a tiempo en la frontera de Bulgaria con Turquía, desde donde pretendían dar el salto a Siria.

Bombardeos

Los servicios de información e inteligencia tratan de determinar ahora las circunstancias de la muerte de este vecino de Terrassa. Si murió en combate o si pereció a causa de un bombardeo de la aviación estadounidense, que junto a otros países, ataca desde el pasado verano las posiciones yihadistas en Siria e Irak.

El hombre, de 33 años, (del que se obviará en este texto cualquier dato que lo identifique por deseo expreso de su familia), viajó a Siria en abril del año pasado. Atrás dejó a una joven esposa, también marroquí, embarazada entonces, y a un hijo de corta edad. El jueves pasado, en la casa de la mujer olía al sofrito del tomate que se pochaba a fuego lento junto a un plato de zanahorias recién cortadas, listas para añadir. Verduras para la papilla de la pequeña, un precioso bebe de ojos negros inmensos, que su padre no llegó a conocer por su afán de unirse a las filas armadas del Estado Islámico.

Mientras la mujer desgrana lentamente su calvario, la pequeña gatea feliz sobre el limpio suelo de la modesta vivienda. "Mi marido era un hombre normal. Trabajaba todo el día con mi padre, y el día de fiesta jugaba con nuestro hijo", explica. Le cuesta hablar de su marido en pasado. No se atreve a darlo por muerto.

"La llamada fue el día 9. Lo recuerdo perfectamente porque era un sábado. Desde entonces no sabemos nada más". Asegura que desconocía las intenciones de su marido. "Me dijo que se iba de vacaciones a Alemania, a ver a unos amigos que tenemos en Dusseldorf. Yo debía ir con él, pero tenía al pequeño enfermo, y estaba muy embarazada. Al final decidí quedarme en casa", recuerda.

A través de Dusseldorf

Efectivamente, el hombre viajó a Alemania. En concreto, el día 16 de abril tomó un vuelo desde Barcelona a Dusseldorf. Pero el viaje siguió. Desde ahí se desplazó a Turquía. El 23 de abril ya estaba en Siria, en la zona de Latakia, cercana a la frontera con Turquía. Ahí, se había unido a Ansar Al Sham, un grupo cercano al Estado Islámico en el que se están integrando los yihadistas marroquís.

"Cuando me llamó y me dijo dónde estaba y lo que estaba haciendo, me quedé conmocionada. Pasé una hora mirando a la pared. No me lo podía creer". Hasta primeros de mayo, el hombre fue llamando. Contaba, sin dar demasiados detalles, que estaba bien y pedía hablar con su hijo. "Al niño le contamos que su padre estaba trabajando en Alemania. Y mi marido mantenía la mentira para no asustarle". También enviaba mensajes a través de redes sociales. Supo por teléfono que había vuelto a ser padre de una niña. "Allí (en referencia a Siria) se estaba mejor" que en España, contó en una charla con un familiar.

Le llegó a pedir a su esposa que se fuera con él a Siria, con el niño, el bebé y que se llevara también a su hermana. Le dijo que en Siria encontrarían un buen marido para ella. En algunas de esas llamadas, la mujer le recriminó que cada vez llamaba menos, y el marido le respondió que no era fácil telefonear.

Hacía días que no sabían nada del hombre cuando el pasado 9 de mayo se recibió la llamada desde Irak anunciando su muerte en Faluya.

A la joven viuda le cuesta pronunciar en voz alta el nombre de su marido. Teme que en el colegio de su pequeño, en su escalera, en el barrio, la gente conozca la historia de su marido y la rechacen, como ya han empezado a retirarle la palabra algunos miembros de su familia. Necesita pasar página. "Si ha muerto, pues ha muerto. Solo quiero seguir adelante con mis dos hijos. Ellos no tienen culpa de nada".

Certificado de defunción

En pijama en el acogedor salón, con pañuelo blanco cubriendo la melena que se adivina oscura, la mujer mantiene la entereza, pero su fuerza se tambalea: "No voy a permitir que a mis niños les digan que son hijos de un terrorista".

Los tres son víctimas del yihadismo. Sin trabajo, con dos hijos pequeños, la mujer intenta ahora acreditar la muerte de su marido para gestionar una pensión y que pueda seguir recibiendo una ayuda que le han bloqueado porque su marido hace meses que no firma. "Cómo demuestro que ha muerto, si casi ni yo me lo creo".