Análisis

La C, la S y la P del socialismo catalán

JOAQUIM COLL

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Desde el pasado domingo en que el PSC obtuvo su peor y más dura derrota electoral, parece que los socialistas no van a poder contener el sempiterno debate sobre su esencia, que acaba siempre remitiendo a la supuesta existencia de dos almas en un solo cuerpo. Curiosamente, parece que estas dos almas únicamente tienen un elemento de diferenciación: su mayor o menor catalanismo, y particularmente el tipo de vínculo que defiende cada una de ellas con el resto del socialismo español. Visto así, parece como si las causas del tremendo cataclismo que sufrieron el 28-N se atribuyeran exclusivamente a esta cuestión. Pienso que, en realidad, estamos ante un debate que, según cómo se plantee, resulta manifiestamente incompleto y puede llegar a ser anecdótico si se reduce al tema del grupo parlamentario propio. Porque el debate sobre el porqué de la derrota no puede ni debiera centrarse únicamente en la letra final del PSC, la C de Catalunya (convirtámosla en C de catalanismo), sino también sobre la letra S y la propia P inicial de partido.

Ideas convencionales

La S porque ella constituye la razón de ser de una fuerza socialdemócrata. Y en torno a la S, a la crisis económica global, al papel de lo público en relación al mercado, a la E de Europa, sin la cual la S no tiene futuro, ha de desarrollarse una parte central del debate. Denis MacShane, exministro para Europa en el Gobierno de Tony Blair, ha escrito recientemente que «hay muchísimas ideas convencionales, demasiadas, en el consejo supremo de la socialdemocracia europea». Aquí reside, a mi juicio, una cuestión medular, mucho más sugerente que el retorno de cansinos debates que el socialismo catalán superó en la década de los 80: ¿Cómo afronta el PSC el debate en torno al binomio competitividad económica/Estado del bienestar? ¿Desde el conservadurismo cortoplacista, desde un liberalismo apenas maquillado, o desde un reformismo valiente y con sentido?

Y, finalmente, la P porque lo que ha fallado también durante estos últimos años han sido las personas que encarnan el proyecto socialista en Catalunya: José Montilla ha sido el primero en admitirlo -parece que les cuesta algo más asumir su responsabilidad a otros miembros del PSC que han gobernado Catalunya durante estos siete años-. Y ello, por tanto, nos remite a un debate sobre el cómo se han tomado determinadas decisiones y sobre todo cómo se designa a sus candidatos. La seudodemocracia que significa la cultura de la cooptación, que tiene grandes ventajas, pero que acaba dando seudolíderes. El proceso que ha iniciado el PSC no será fecundo sin un verdadero debate abierto, democrático y competitivo en el que todos sus miembros ejerzan plenamente sus derechos y deberes como ciudadanos comprometidos con un proyecto político. Un proceso en el que los afiliados que no tienen acceso al debate público a través de los medios de comunicación no acaben convertidos, a la hora de tomar decisiones, en espectadores o meros figurantes.

Habiendo obtenido menos del 19% de los votos, el socialismo catalán ha cruzado un peligroso rubicón que lo aleja de poder ser una alternativa de gobierno. Que sea capaz de culminar con éxito su proceso de renovación es algo en lo que no solo se juegan mucho los socialistas, sino el conjunto del país.