40 AÑOS DE LA LEGALIZACIÓN DEL PARTIDO

La cultura del PCE: de Alberti a Paco Rabal

 El regreso a España de grandes nombres de la intelectualidad y las artes fue algo más que la señal definitiva de la normalización del país.

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ALBERT GARRIDO

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Cuando entonces, el 'partido' era el Partido Comunista, el 'pecé'. Si alguien decía el partido piensa o el partido ha decidido, nadie preguntaba de qué 'partido' se trataba. Lo mismo valía para el 'partit', el 'partit' era el PSUC, y en todo lo que surgía de él o él apoyaba había una seña de identidad inconfundible, de máquina engrasada, un catálogo de certidumbres, cambiantes a menudo, pero certidumbres al fin, en consonancia con lo que dejó escrito Karl Popper: la política se asemeja a la ciencia en que siempre puede modificarse.

Por así decirlo, se trataba de certidumbres instrumentales: la misma dirección que en abril de 1954 afirmaba en el 'Mensaje del Partido Comunista de España a los intelectuales patriotas' que "el realismo socialista en el arte representa un escalafón cualitativamente nuevo en la historia del arte", podía al mismo tiempo contar entre sus ilustres camaradas de peripecia a Pablo Picasso e invocar el legado de Miguel de Unamuno, Federico García Lorca y Antonio Machado, nombres tan eminentes como alejados del acartonado realismo exaltado por Máximo Gorki.

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Más de 30 años más tarde, en la Semana Santa de la legalización, una parte esencial de las culturas españolas estaban encuadradas en el partido, simpatizaban con él u orbitaban alrededor de él. La obsesión del franquismo con los comunistas, el precio por la represión pagado por sus militantes y el prestigio de los intelectuales exiliados del PCE crearon las condiciones para una consagración global del universo cultural comunista.

El regreso de personajes como Rafael Alberti María Teresa León fue algo más que la señal definitiva de la normalización del país; el descubrimiento por el gran público de que cotizaban en el partido Francisco Rabal Antonio Gades, dos artistas archiconocidos, tuvo un efecto similar.

Para que las cosas fuesen como fueron hizo falta un largo proceso de maduración del medio ambiente. Contaba Juan Antonio Bardem, de disciplina comunista, que se embarcó en el rodaje de 'Sonatas' (1959) por aquel plano en el que el marqués de Bradomín exclama "¡Viva la libertad!". En aquellos años era un grito rompedor, como lo era el libro 'Estructura económica de España' (1960), de Ramón Tamames, joven comunista, o 'Catalanisme i revolució burgesa' (1967), de Jordi Solé Tura, asimismo joven y comunista. Y tuvo gran influencia en las aulas de la universidad franquista que se sentaran en ellas Enrique Múgica, Javier Pradera y tantos otros que, alineados en la oposición a la dictadura, vieron en el partido el instrumento más eficaz para movilizarse contra ella. Eran más adversarios del espadón necesitados de una herramienta política que cofrades o seguidores de la teoría leninista del partido.

DOS CORRIENTES

De ahí que desde muy poco después de la legalización se configuraran dos corrientes de opinión en el intelectual orgánico del PCE y en la militancia, sujetos a la 'Realpolitik' de aquellos días. Lo cuenta Manuel Vázquez Montalbán en 'Crónica sentimental de la transición' (1985): "También en las filas comunistas hubo que iniciar la pedagogía del pacto con la monarquía y con el Gobierno de Suárez (…) Preside Gutiérrez Díaz, 'el Guti', secretario general de 'facto', aunque todavía no de 'iure', merodea por el asunto asegurando que es obligación de un comunista hacer análisis oportunos de la oportunidad real, aun a riesgo de ser acusado de oportunista. Y tras el merodeo, la evidencia. Los niños no vienen de París. Los Reyes Magos son los padres. Es decir, no habrá ruptura, pero sí habrá reforma. Y a continuación, Santiago Carrillo se sacaría en Madrid la bandera española y la aceptación de la monarquía del sombrero de copa de su tenaz entrepierna". El ingrato final de la inocencia.

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Mientras Alberti y Pasionaria se sentaban en el Congreso, el rumor de los decepcionados empezaba a sentirse en la calle. Pero el conglomerado de militantes, simpatizantes, votantes y compañeros de viaje constituía un núcleo sólido, tan visible en un concierto de Raimon como en el regreso a España del 'Guernica' (1981). Escribió Francisco Umbral que las colas a las puertas del Palacio de Cristal, en el parque del Retiro de Madrid, donde se expuso el cuadro en primera instancia, eran una sofemasa -una empresa de encuestas de la época–, y efectivamente lo fueron, aunque quedaron lejos de constituir la prueba del nueve de la hegemonía cultural comunista en el posfranquismo. Fueron, eso sí, expresión de la nueva cultura democrática del aggiornamento comunista, expuesta por Santiago Carrillo en 'Eurocomunismo y Estado', surgida de la herencia gramsciana y difundida por el Partido Comunista de Italia, días de Enrico Berlinguer.

Todo era una mezcla de posibilismo y entusiasmo que dejaba en el camino algunos defraudados. "Dicen que España está españolizada, / mejor diría, si yo español no fuera, / que, lo mismo por dentro que por fuera, / lo que está España es amortajada", dejó escrito José Bergamín en su soneto 'Ecce España', que acaba así: "De quijotesca en quijotesca empresa, / por tan entera como tan partida, / se sueña libre y se despierta presa". Al mismo tiempo, Gabriel Celaya, dejaba escrito que "la poesía es un arma cargada de futuro", una idea no exenta de optimismo histórico, contradictoria en todo caso con esta otra del mismo autor: "La sociedad es falsa, la acción no conduce a nada, el porvenir no existe". ¿Un defraudado más?

En el 'Epílogo' dedicado por Canal + a Juan Antonio Bardem, este admite que sintió frustración al no producirse "la ruptura democrática que defendían los comunistas". Y Manuel Vázquez Montalbán, en su 'Epílogo', se permite ironizar sobre el papel desempeñado por Carrillo: "Hubiese sido un magnífico secretario general del PSOE".

Habían pasado los días de mayor enaltecimiento y el toque comunista se diluyó paulatinamente en la izquierda triunfante englobada en el PSOE: 202 diputados en 1982. Aquella mayoría absoluta se registró solo dos meses después de que hubiese echado el cerrojo el semanario 'Triunfo', verdadera referencia de la izquierda en los quioscos en la recta final del franquismo, descrita en 1975 por José Luis Herrero Tejedor, agregado de prensa de la Embajada de España en Lisboa, como "El capital en fascículos", a todas luces una exageración.

¿Quiénes ocupan hoy el espacio de efervescencia cultural de cuando entonces: las izquierdas emergentes o las plateas anuales de los premios Max Goya, tan bulliciosas?