Los programas de los partidos

La cultura, más o menos

Las propuestas electorales dejan la puerta abierta a lo que después haga el 'conseller' del ramo

La cultura, más o menos_MEDIA_1

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XAVIER BRU DE SALA

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Un vistazo a los programas de cultura nos indica que, en términos generales, es escandalosa la ignorancia, no de las políticas culturales, sino incluso de la terminología que les es propia. No vale la pena enfadarse demasiado. Los culturalistas tendríamos que hacer autocrítica por el fracaso a la hora de instruirlos y convencerlos, a la sociedad primero y después a ellos, a los políticos. Total, los programas sectoriales anticipan más bien poco las actuaciones de los partidos. Las decisiones dependen, llegado el caso, del conseller. Y ya se sabe que los consellers son capaces de estudiar cualquier tema menos el programa de su partido. Como mucho, una persona de su equipo se encarga de aportarle el argumento programático, con pura finalidad utilitarista, e incluso es dudoso que lo use. «Esto ya figuraba en nuestro programa», dirá un día en el Parlament, o bien «esto que ahora ustedes niegan, señores de la oposición, sale en su programa», etcétera. Pura dialéctica politiquera sin la más mínima trascendencia. ¿Por qué tienes que preocuparte en elaborar un buen programa si va a durar como un clínex?

Pero hablaremos de ello, cuando menos en homenaje a la gente que de buena fe y sin contrapartidas, porque no va a obtenerlas, le ha dedicado horas de trabajo anónimo. Hay una segunda constante, además de la exhibición desacomplejada del desconocimiento y relacionada con ella: cuanto más lejos de la realidad, cuanta menos comprensión sistémica, más se confunde la cultura con la identidad, sea para negarla, como es el caso del pequeño bloque anticatalanista formado por PP y Ciutadans, o sea para reforzarla. Dentro de una ambigua multiplicidad en el caso de los socialistas o de manera más decidida, aunque no descarada, en el caso de CiU.

Denunciado el uso de la cultura como azote o refugio de eso tan incómodo que es la identidad, sorprende que el PSC se abstenga de lucir su músculo cultural. En el programa marco se subsume en la enseñanza y se incluyen disquisiciones acertadas pero teóricas. En el programa electoral la cultura sigue sin apartado propio y, por lo tanto, despreciada, y se conforma con un listado escrito con espíritu de funcionario, que ocupa tan solo un par de páginas de un total de unas 140. ¡Caramba! Si tienen todavía la mayoría de los agentes culturales dentro, en órbita o cuando menos en sintonía. Quizá exagero o hablo del pasado, porque hay un manifiesto de adhesión oficial firmado solo por una treintena de personalidades. Aunque Ferran Mascarell, exconseller efímero, lo firme, el listado de ausencias sería clamoroso. Empezando por la de Josep Maria Carbonell, que se quedó sin conselleria en el último minuto después de haberse preparado a fondo. Ellos dos han sido los autores de los mejores programas culturales de este país, pero su partido renuncia sintomáticamente a este patrimonio. Quizá se avergüenzan de haber cedido todo el paquete lengua-cultura-medios a Esquerra.

Si unos renuncian a su mejor tradición, los otros buscan nuevas conexiones. En comparación con anteriores ocasiones, el programa cultural de CiU tiene el mérito de haber pasado del parvulario a la secundaria. Algo han aprendido. Se nota que han hablado con gente que sabe cosas y va bien encaminada, pero las perlas que contiene no se incluyen en una concepción de la cultura como sistema. Conceptualmente pobre y desordenado, el programa es un cajón de sastre de elementos de categorías muy diferentes, propio de una formación con voluntad de reorientación. CiU va a ello, si bien con parsimonia y poco convencimiento, mientras que los socialistas vuelven. Unos empiezan a preocuparse por ello y los otros han perdido el interés.

ICV simula que todo sale de un proceso participativo, pero ni en este terreno son capaces de bajar un poco desde las cumbres brumosas del ideologismo hacia el pie plano del pragmatismo. Para ellos ya debe de ser mucho reconocer el papel central de la cultura, pero está claro que en el ámbito de la política social y de la cohesión. Van contra el consumismo, aunque sea cultural. Y es que de ahí no salen. Después, en capítulo aparte, se apuntan las medallas del Govern tripartito, da igual si son errores flagrantes, y prometen proseguir por el mismo camino. A esto se le llama ir a rueda y chupar cámara. Encima, sin ninguna reflexión propia sobre los contenidos ni vínculo con la ideología verde.

Visto el panorama, no debe sorprender demasiado que el programa de ERC sea, de lejos, el más elaborado. De algo les tiene que servir la experiencia acumulada en estos cuatro años. Saben de qué va más que nadie y se nota. Ahora bien, se echa de menos un balance serio de la obra realizada, una comparación entre los retos y lo que se ha logrado. Pero este no es el principal defecto. Por encima de todo, se detecta la falta de convicción en las propuestas de futuro. Ay, la psicología. Están tan seguros de su no continuidad, para usar el lenguaje que les es más propio, que ni siquiera plantean completar unas determinadas aspiraciones en un segundo mandato. El reto estratégico de ERC en cultura y comunicación ha flaqueado por dentro. Escritor.