El canto del cisne del PDECat

Carles Puigdemont, en Dublín, en enero del 2019.

Carles Puigdemont, en Dublín, en enero del 2019. / NIALL CARSON / ap

Josep Martí Blanch

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El debate sobre el sentido del voto ante la investidura de Pedro Sánchez ha evidenciado de nuevo la imposible unidad estratégica del soberanismo y lo difícil que resulta para este espacio político fijar posición desde que colapsara, no en votos, pero si en capacidad de desarrollar acción política, en el último trimestre de 2017. Pero aún siendo importante, lo que vaya a pasar en el Congreso con los votos de ERC y JxCat no es ni de lejos lo más relevante de todo cuanto se cuece en estos momentos en el mundo independentista.

Lo verdaderamente trascendente está situado en cuál debe ser la respuesta a la sentencia del Tribunal Supremo en cuanto ésta se produzca y se dé por finalizado el tiempo muerto en el que anda metida la política catalana desde las últimas elecciones. Los esfuerzos de Quim Torra y su entorno por añadir ni que sea una fina capa de liderazgo a su presidencia, el viaje de la CUP a posiciones sistémicas, la resurrección de elementos hasta ahora durmientes como Artur Mas o La Crida o silencios nada habituales como el de las últimas semanas de Carles Puigdemont, no son más que movimientos de tropas previos a la gran batalla que va a librarse en el soberanismo en cuanto los jueces digan la última palabra. Deberá dilucidarse, por la vía de los hechos, si las condenas han de suponer un punto y final a la estrategia del conflicto, por ser este un camino perdedor, o si han de actuar como catalizadoras del famoso "momentum" con el que Quim Torra inauguró su presidencia y que pasado por la traductora no quiere decir otra cosa que repetir de un modo u otro los niveles de tensión que ya se vivieron en octubre de 2017.

Una pieza relevante de este puzle será como resuelve en paralelo JxCat su conversión en un partido político convencional con la absorción del PDECat. Hay posturas irreconciliables e imposibles de compaginar en este espacio político, así que alguien deberá quedarse fuera cuando se resuelva la ecuación, porque no va a ser posible mantener en el mismo barco a toda la tripulación. La victoria de los partidarios del pragmatismo, que lograron imponer el pacto en la Diputación de Barcelona con el PSC, es muy difícil que pueda reproducirse en otros campos de batalla.

El acuerdo con los socialistas supuso que por primera vez la actual dirección del PDECat impusiese el criterio del pragmatismo frente a la lógica del conflicto, que es la que cuenta con el aval más habitual de Carles Puigdemont y que comparten el entorno de Quim Torra y el grupo de independientes de JxCat. Pero, contra lo que pueda parecer, lo más probable es que ese pacto no sea más que una especie de canto del cisne del ala más moderada de lo que un día fue el espacio convergente.

El viaje hacia posiciones pragmáticas de JxCAT, en la línea de lo que ofrece actualmente ERC, no es posible si es Carles Puigdemont quien toma las riendas de la formación política. Por dos motivos, la propia convicción personal de que la renuncia al conflicto es una rendición y porque eso es justamente lo que también piensan las personas más leales a su figura que, elección tras elección, han ido colonizando espacios de representatividad institucional. Puigdemont no puede ofrecer un proyecto político que apueste por aceptar que octubre de 2017 fue un desastre sin debilitarse a él mismo y a los que le son más fieles. Se entiende que el incentivo con el que cuenta para actuar en esta dirección es inexistente, porque normalmente nadie actúa en política lesionando a sabiendas -otra cosa es hacerlo por error- sus propios intereses.

Con la sentencia del Supremo la emotividad extrema volverá a hacerse presente en el campo soberanista y será entonces cuando se produzcan los últimos movimientos de arrastre definitivo para la consolidación del nuevo espacio político de JxCat en clave puigdemontista. Será un momento complicado para ERC, que tendrá dificultades para mantenerse en su actual posición, y supondrá también el borrado definitivo de los átomos y partículas más moderados del PDECat. Lo más probable es que sea también ese el momento en el que aparezca una nueva formación política de aspiración peneuvista con los restos de catalanistas y soberanistas críticos que pueblan, en número cada vez más abultado, las cunetas del proceso.

En pocos meses, la reformulación del mapa político catalán que el proceso se ha llevado por delante será un realidad, y es en esto en lo que andan consumiéndose las energías. Mientras tanto se disimula exigiendo sin convicción una unidad que es imposible de concretar en nada, porque los proyectos políticos del soberanismo han pasado a ser plenamente incompatibles entre sí.

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