ANÁLISIS

Camina o revienta

ANTÓN LOSADA

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Por aquí somos poco de reformas. Lo que nos gusta de verdad es el derribo. Cuando algo funciona más o menos bien lo gastamos hasta agotarlo, sin cambiar un ápice, no vaya a ser que se estropee. Eso está pasando con la transición. Ha bajado del cielo al infierno. Se ha convertido en la madre de todos los fracasos institucionales. Ni siquiera parece contar que durante estos años hayamos conseguido el mayor logro colectivo de nuestra historia: el Estado del bienestar.

Todavía no hemos terminado de rematar del todo al bipartidismo y ya estamos matando a la monarquía. Como sigamos a este ritmo, con tanto exceso, acabaremos lastimándonos de verdad cualquier día.

Ni la popularidad del príncipe Felipe arregla nada más allá de las portadas de las revistas, ni las calles de España brillan bajo la luz de un nuevo amanecer republicano. Hay un lío bien montado. Eso sí.

La Monarquía paga de golpe 30 años de inmovilismo, de no haber meneado una hoja, de no tener siquiera una ley, de no inmutarse, de ver medrar una corte de pícaros y darle protección. Paga de golpe y con intereses todas las deudas pendientes. Es el primero, pero no será el último. La morosidad no es sostenible en democracia. Más le vale a Felipe VI llevarlo aprendido al trono.

Las instituciones deben proveer equilibrio y estabilidad. La Corona española lleva tiempo suministrando desequilibrio e inestabilidad. En vez de un modelo a seguir, resultaba una fuente inagotable de escándalo. La abdicación le permite ahora recuperar un poco el paso.

El Rey acaba de ejecutar lo que usted y yo pensamos que deberían hacer otros muchos más. Irse. Dejar paso. Resulta casi ejemplar. En la política, o caminas, o revientas. No hay duda: si no se puede mantener el paso, mejor apartarse.