Los efectos de las campañas electorales

¿Cambian las tendencias?

Las encuestas previas condicionan el debate y centran el pulso sobre una posible mayoría absoluta

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ANTONIO FRANCO

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¿Puede cambiar la campaña electoral la tendencia y los resultados pronosticados con tanta reiteración por las encuestas? O, yendo a lo esencial: ¿sirven para algo las campañas? Es la cuestión fundamental de estos momentos. ¿El acierto o el desacierto del planteamiento puede llegar a invertir las cosas o tan solo sirve para redondear un poco, a favor o en contra, lo detectado anteriormente por los sondeos?

Las encuestas previas condicionan las campañas pese a que, cuando se aborda a los ciudadanos mucho antes de las elecciones, su respuesta tiene solo un valor relativo. En esos momentos la mayoría de la gente ni ha reflexionado en serio ni ha decidido nada. Dice lo que coyunturalmente le pide el cuerpo, pero eso no tiene por qué coincidir con la papeleta que se depositará. Al ir a la urna pesa mucho el cálculo sobre las conveniencias personales, y eso la mayoría lo deja para el último momento.

Lo que sí tiene valor real es el efecto de la publicación de esos sondeos previos. Los catalanes llegamos a esta cita autonómica tras haber sido trabajados psicológicamente por decenas y decenas de encuestas que, por reiterativas, han creado la impresión de que todo está ya decidido antes de ir a las urnas. Es una avalancha desmovilizadora: ¿vale la pena molestarse para ir a depositar el voto si haga uno lo que haga el desenlace ya está decidido?

Los expertos sostienen que las campañas únicamente sirven para movilizar a quienes no saben si quieren ir a votar o no, pero casi nunca provocan cambios en la intención de voto. Con todo, más o menos participación puede inclinar en un sentido u otro la balanza. Para que las campañas fuercen un cambio explícito de papeleta ha de pasar algo especial: o que aparezca un mensaje nuevo particularmente llamativo, o que aflore algún secreto comprometedor, o que se genere una simpatía o antipatía fulminante. En sí mismo, el atentado del

11-M, pocos días antes de las elecciones legislativas del 2004, únicamente debía hacer crecer la participación como lógica reacción cívica, pero nada más. Lo que pasó es que, con el atentado, el PP sumó de forma adversa todos los elementos descritos como provocadores de un vuelco. Hubo un mensaje relevante, queJosé María Aznar y el PP utilizaron manifiestamente la mentira y la manipulación al atribuir las bombas a ETA. Afloró una novedad, la manifiesta incapacidad del candidatoMariano Rajoypara impedir el desvarío de su partido. Y surgió una antipatía generalizada contra los populares porque muchos ciudadanos entendieron que se burlaban de ellos.

Estas elecciones catalanas están influidas por unos sondeos previos que marcan la tendencia de una alta abstención y una amplia victoria de Convergència, pero el inicio de la campaña no aporta nada movilizador. Lo más significativo de las últimas encuestas es que parece enfriarse la posibilidad de una mayoría absoluta de CiU. Ante eso, los socialistas han recuperado moral. ComoJosé Montillaanunció que no repetirá un tripartito como el anterior pese a ser consciente de sus escasas posibilidades de ser la fuerza más votada, el PSC, además de trabajar para impedir esa mayoría absoluta, lucha para caer de pie y poder negociar su presencia o su influencia en un próximo Gobierno que tenga cualquier otra fórmula.

Como ahora el objetivo de PSC y CiU es conservador, no empeorar, sus estrategias de campaña son poco estridentes. No quieren arriesgar. Por eso se han boicoteado los deseados cara a cara entre sus líderes. En paralelo, CiU intenta esconder ahora el soberanismo filoindependentista que exhibió durante la legislatura, pero el PSC le imita jugando muy poco a fondo la carta de advertir al elector que se siente español ante la deriva independentista de una parte de los convergentes. Se lo dice, pero no machaca. Por eso el debate central de la campaña es algo tan abstracto como la reivindicación deArtur Masde un concierto económico a la vasca al que ni siquiera llama concierto económico.

Tampoco son movilizadores los planteamientos respecto a la crisis económica. Ni PSC ni CiU fingen que con las actuales competencias autonómicas pueda hacerse gran cosa para resolverla, los unos por la experiencia de los tres últimos años, los otros por miedo a lo que les puede tocar administrar en los tres siguientes.

Las únicas cuestiones que de momento dan cierto juego a la campaña son el anuncio de rectificaciones que promete CiU («si ganamos, revisaremos las limitaciones de velocidad en el tráfico», «si ganamos, frenaremos el despliegue de ordenadores en las escuelas», etcétera), y la insistencia del PP en hurgar las sensibilidades xenófobas y acentuar su pulso contra las normas sobre el uso del catalán. Con lo primero,Rajoyhace un ensayo general contra la inmigración de cara a las próximas elecciones generales. Con lo segundo, polemizar sobre la lengua catalana, de hecho mantiene vivo cara a España el estropicio del Estatut, un tema que de momento ha sido dejado curiosamente bastante de lado en el inicio de campaña por todas las demás formaciones.

Periodista.