MIRADOR
La tortilla, los huevos y el independentismo mágico
Si la clase política no está dispuesta a romper huevos... ¿será el movimiento independentista bastante sólido para empujar en esta dirección?
En Catalunya hay un amplio consenso sobre la necesidad de realizar un referéndum. Es un anhelo que comparten tanto los independentistas como los Comuns, los dos espacios centrales de la política catalana actual. Pero la idea topa frontalmente con la negativa del Estado español. La Constitución no reconoce el derecho de autodeterminación. Y el último ciclo electoral ha servido para constatar que si bien algo empieza a moverse, por ahora no existe en el Congreso ninguna correlación de fuerzas en esta dirección.
Así las cosas, los partidarios del referéndum tienen dos opciones: o plantean una lucha a largo plazo con el objetivo de modificar el tablero español, o lo impulsan al margen de la legalidad vigente. Las dos vías son altamente complejas y ninguna tiene garantía de éxito. El gobierno de Junts pel Sí, con el apoyo de la CUP, ha optado por la segunda opción y plantea la realización de un referéndum impulsado por las instituciones catalanas para septiembre de 2017. La CUP habla de “desobediencia a las leyes injustas” y Junts pel Sí de “obediencia al mandato del Parlament”. Al final se trata de saltarse la ley española y enfrentarse a las consecuencias.
Ante tal complejidad, en determinados ámbitos se ha instalado de hace tiempo un tipo de independentismo mágico. Parecería que deseando la independencia muy fuerte será suficiente para que esta se haga realidad. Este relato lleva asociado a menudo una idea: “hay que hacer confianza en nuestras instituciones y políticos, que saben qué hay que hacer”. El independentismo mágico está especialmente extendido entre algunos liderazgos del nuevo soberanismo y a menudo tiene un componente de aquello que se denomina la “fe del converso”. Hasta el punto de que quienes desde el mismo independentismo afirman que la creación de un estado no será coser y cantar son acusados de poner ‘palos a las ruedas’ del ‘procés’.
Sin embargo, el independentismo ha constatado a lo largo de décadas que la construcción del estado catalán es un reto de grandes proporciones. Y que, llegados a cierto punto, no hay metáforas marineras que valgan: o se fuerza un escenario de confrontación (pacífica y democrática, pero confrontación al fin y al cabo), o el Estado español no moverá ficha. El regidor de la CUP Joan Coma lo explicó de manera coloquial: “para hacer una tortilla hay que romper los huevos”. La frase, dicha en un plenario municipal, le ha valido imputación por sedición en la Audiencia Nacional. Así está el patio.
Si Puigdemont no quiere convertir la convocatoria del 2017 en un nuevo 9-N, a la fuerza habrá que dejar de lado el independentismo mágico. Es probable que la independencia, si algún día se acontece, sea consecuencia de una movilización social constante en el tiempo y de grandes proporciones, que obligue el Estado a negociar los términos de un referéndum. Si la clase política no está dispuesta a romper huevos... ¿será el movimiento independentista bastante sólido para empujar en esta dirección?
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