Desaparece un símbolo de la izquierda

Adiós al rojo que supo pactar

Santiago Carrillo, exlíder del Partido Comunista y un referente de la transición, fallece a los 97 años en Madrid

Pésame real 33 Los Reyes visitan el domicilio de Carrillo, anoche.

Pésame real 33 Los Reyes visitan el domicilio de Carrillo, anoche.

RAFA JULVE
BARCELONA

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Santiago Carrillo Solares, «un francotirador de la política de la izquierda» según su propia definición, murió ayer a los 97 años en Madrid a causa de una insuficiencia cardiaca.Desaparece así un pedazo de memoria histórica de la España del siglo XX. Admirado por unos, denostado por otros, nadie podrá negar su participación en algunos de los episodios más trascendentales del devenir de este país. Su biografía quedaría muy incompleta si solo se menciona que fue secretario general del Partido Comunista de España (PCE) entre 1960 y 1982.

La muerte le sobrevino mientras dormía la siesta. Tras conocerse la noticia, fueron decenas las personalidades que glosaron su trayectoria. El Rey y la Reina fueron a presentar sus condolencias a su domicilio y el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, envió un telegrama de pésame a sus allegados en el que ensalzó «el destacado papel que desempeñó durante la transición y su contribución al orden constitucional [...] sin abandonar sus profundas convicciones». Su hijo Santiago explicó que en los últimos días «fue debilitándose» pero que se mantuvo «lúcido» hasta el final e incluso llegó a comentar la dimisión de Esperanza Aguirre y la última marcha contra los recortes. La capilla ardiente será instalada en el auditorio de la sede de Comisiones Obreras en Madrid. Sus restos serán incinerados y las cenizas, arrojadas al «mar de Gijón», donde nació.

EN POLÍTICA DESDE LOS 13 AÑOS / Quinto hijo de un militante del PSOE y de UGT, Carrillo vino al mundo el 18 de enero de 1915 y en 1928 inició su andadura política con solo 13 años al ingresar en las Juventudes Socialistas. Al año siguiente empezó a fumar, «afición» que le caracterizó durante ocho décadas y que, bromeaba, le mantenía «joven» y le daba «continencia y serenidad».

Si no fuera porque entonces predominaba la picadura, podría decirse que 2.500 paquetes de tabaco después («uno al día» como mínimo, dijo en una entrevista tirando muy por lo bajo) llevó a cabo unas acciones que le marcaron la vida. Era 1936. Participó en la unificación de las Juventudes Socialistas con las Juventudes Comunistas en abril y fue más allá. A los tres meses dio el paso del que dijo sentirse «más orgulloso»: se afilió al PCE «el día en que las tropas de Franco llegaron a Madrid».

UN EXILIO DE 38 AÑOS / No hay mejor ejemplo que el anterior para demostrar su firmeza en unas ideas que le llevaron al exilio durante 38 años. Estuvo en la URSS, Estados Unidos, Argentina, México, Argelia, Alemania... hasta que fijó su residencia en París. Y fue Francia desde donde entró clandestinamente en España en 1976, ataviado con una peluca que se haría famosa y que recuperó en noviembre del 2009 de un legajo del Archivo de la Administración, en Alcalá de Henares.

Desde la muerte de Franco, el 20 de noviembre de 1975 -un hecho que no quiso celebrar porque consideraba un «drama histórico» que el dictador muriera tranquilamente en la cama-, Carrillo había incrementado las presiones para lograr la legalización del PCE. Su regreso a Madrid supuso una vuelta de tuerca más. El 22 de diciembre de 1976 convocó una rueda de prensa en la capital española que desencadenó en su detención y la de otros siete dirigentes del PCE. Procesado por asociación ilícita, quedó en libertad provisional a los ocho días tras pagar 300.000 pesetas de fianza.

Comenzó entonces otra época que el Carrillo consideraba fundamental en su trayectoria: «Preparar la transición con toda la oposición democrática». Se convirtió así en una figura esencial en la cicatrización guerracivilista, según coinciden muchos políticos y personajes destacados de la época. Hasta Juan Carlos I, con quien Carrillo mantenía una excelente relación pese a ser republicano, lo definió como un «representante de la sensatez y el espíritu de conciliación».

En clave interna, 1977 fue también un año muy movido para este «ateo gracias a Dios». Porque no solo consiguió la legalización del PCE en abril y 20 diputados en las elecciones del mes de junio siguiente. También reafirmó con más fuerza que nunca la tesis de su libro Eurocomunismo y Estado, en el que concluía que la URSS «no servía», organizando un congreso eurocomunista en el que reclamó más autonomía de decisión para los países que conformaban el mastodonte soviético.

EL 23-F / Pasaron cuatro años y Carrillo se enfrentó al que sería su tercer gran momento: el golpe de Estado del 23-F. Ante las amenazas del teniente coronel Antonio Tejero, el dirigente comunista demostró la pasta de que estaba hecho: reaccionó a la intentona militar quedándose de pie, apoyado en una columna próxima a su escaño y, cómo no, fumando. Años después afirmó que no se había tirado al suelo porque pensó que si ganaba Tejero, se había acabado todo. «Tenía que pensar al menos que no se rieran de mí. Tenía que estar en mi sitio», rememoró.

De aquella época extrajo una fuerte simpatía por Adolfo Suárez («fuimos injustos con él, hizo por la democracia lo que no hubiera hecho ningún otro político del momento») y poca cordialidad con compañeros de su partido. Hasta el punto que en 1982 dimitió del cargo de secretario general por una crisis interna que tres años después le valdría la expulsión de los órganos de dirección. Fundó entonces el Partido de los Trabajadores-Unidad Comunista, fuerza política que ingresó en 1991 en el PSOE.

LOS ATAQUES DEL BANDO NACIONAL / Desde entonces, este escritor y periodista autodidacta desde los 15 años se dedicó a escribir artículos y más de 20 libros. Como aquella biografía que le dedicó a una de las personas que más respeto le infundieron pese a que entre ellos también hubo momentos de tensión por discrepancias en torno a la organización del Partido Comunista: Dolores Ibárruri. Pasionaria, una fuerza de la naturaleza. De ella dijo que era «una figura esencial del siglo XX», y la situó al nivel de iconos como el Che Guevara.

En aquellos años, Carrillo también acostumbró a participar en tertulias radiofónicas. En esas tribunas, especialmente en las más afines a la derecha, tuvo que enfrentarse de forma recurrente a la misma cuestión, su presunta implicación en la matanza de centenares de militares fascistas en Paracuellos del Jarama (Madrid), en 1936.

Pese a las acusaciones del bando nacional, Carrillo, que en aquellos días era delegado de Orden Público y miembro de la Junta de Defensa republicana de Madrid, siempre negó toda culpa y atribuyó la masacre a unos descontrolados. «Si alguna responsabilidad tuve yo en aquello fue la de no tener capacidad para controlar y castigar a los responsables», insistió en varias ocasiones. Su mujer, Carmen Menéndez, y sus tres hijos (Santiago, Jorge y José) fueron la base a la que se agarró para sobrellevar ese sambenito y toda una vida repleta de sobresaltos.

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