Los realizadores premiados

Más que un émulo de Fellini

PAOLO SORRENTINO. 'La gran belleza' encumbra al autor italiano

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N. S.
BARCELONA

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Considerar La gran belleza, Oscar a la mejor película de habla no inglesa, una mera reinvención de La dolce vita (1960) significa restarle méritos a su director, Paolo Sorrentino (Nápoles, 1970), a pesar de que es uno de los autores más relevantes que han emergido del cine europeo en los últimos años. Pero es una simplificación comprensible dado que para Sorrentino, como para Federico Fellini, el mundo es un circo habitado por gente rara a través de la que, en todo caso, es posible conjurar momentos de verdadero impacto emocional.

Así lo demuestran los protagonistas de sus películas, gente como Cheyenne, ese rockero retirado y adicto al maquillaje en Un lugar donde quedarse (2011); o el Giulio Andreotti de Il Divo (2009), especie de Nosferatu geriátrico; o el empresario de Las consecuencias del amor (2004), reconvertido por amor en sicario de la mafia; o por supuesto, el melancólico vividor Jep Gambardella, antihéroe de La gran belleza. Son tipos solitarios y abatidos, que lo han visto todo y lo han hecho todo y aspiran a dar un nuevo impulso a sus vidas, aunque lo que vean al llegar a su destino no necesariamente les va a gustar.

FESTÍN CINEMATOGRÁFICO / Pero, como de costumbre, lo que importa es el viaje o, en otras palabras, el festín cinematográfico que Sorrentino orquesta a su alrededor, un universo en el que las líneas espaciales y temporales se diluyen con incomparable finura, y en el se nos invita a desdeñar rigideces narrativas en favor de una lógica más puramente sensorial a la que, para honrar como merece la experiencia que películas como La gran belleza ofrecen, mejor será llamar magia.