Y de repente un empate
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
Jordi Puntí
A nadie le gusta empatar, y menos cuando el partido se juega a la una de la tarde de un sábado, como ayer en el Camp Nou. Durante años soñé en una vida alternativa como aficionado al fútbol, en la que yo había nacido en el norte de Londres y era seguidor del Tottenham. Cuando llegaba el sábado, la mejor opción era irse al pub a mediodía y seguir a los Spurs frente a una pinta de cerveza. Con los amigos celebrábamos igual las victorias y los empates, y a media tarde, a esa hora en que el otoño de Inglaterra se parece a una canción triste de The Cure, miraba con envidia cómo iban saliendo en la tele los resultados de las ligas extranjeras. No se puede tener todo.
Aquí, en este otro mundo más real del Barça, y con muchas más horas de alegría, el empate de ayer a la hora de comer nos sentó tan mal como una derrota. Pero donde se vivió peor fue en otro mundo alternativo: el continente asiático. Por una vez que los chinos y los japoneses podían ver un partido del Barça en directo, a una hora decente, y va el Celta y lo empata sin llegar a merecerlo. Son los efectos de la globalización.
Cuando íbamos ganando 2-1, yo habría firmado un empate a cambio de que Umtiti no se lesionara de gravedad. Sin embargo, al final del partido, el reparto de puntos me pareció una broma de mal gusto. Pese al resultado esquivo, lo más lógico es pensar que se trata de un accidente, ya que no se puede decir que el Barça jugara mal, excepto quizá en los primeros minutos. Messi se reencontró con el gol; Paulinho, Piqué y Suárez tuvieron oportunidades más que claras, y hubo alguna jugada de las que antes veíamos más a menudo. Por eso el empate resulto tan desagradable en el Camp Nou a las tres de la tarde, como en un bar de Shanghai a les 10 de la noche.
La media inglesa
Este desenlace imprevisto me llevó de nuevo a pensar en lo absurdos e inútiles que son los empates. Qué desagradables, ¿verdad? Hace años, cuando Terry Venables entrenaba al Barça y las victorias valían solo dos puntos, se puso de moda la media inglesa: ganar en casa y empatar siempre fuera (es decir, el 75 % de los puntos) era una garantía para ganar títulos. Hoy ya no, hoy el empate no es equidistante: está más cerca de la derrota que de la victoria. Algún matemático debería dedicar su tesis doctoral a estudiar el agujero negro en el que van a parar todos los empates.
Si es verdad que ayer el Barça se dejó dos puntos, no es menos cierto que el Celta al final solo se llevó uno. ¿Dónde está, pues, el tercer punto? Un cálculo lógico hace pensar que se lo repartieron a trocitos los otros 18 equipos de la liga, aunque quien más lo saboreará es el Valencia, claro. ¿O quizá se lo quedó el árbitro, que una semana más nos anuló un gol legal?
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