IDEAS

El Museu de Barcelona

El museo de la ciudad merece mucho más reconocimiento del que ha obtenido

Muhba. La Casa Padellàs, junto a la plaza del Rei-

Muhba. La Casa Padellàs, junto a la plaza del Rei-

XAVIER BRU DE SALA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Perdida la batalla contra el descrédito del intelecto -¿qué intelectual osaría endosarse la etiqueta de lo que no puede dejar de ser?- debemos prepararnos para el rechazo de la historia a manos del inmediatismo. La palabra historia es una barrera, quizás afortunadamente. Por ello convendría debatir si el Museu d’Història de Barcelona, otrora conocido por las abstrusas siglas MUHBA, pasa a llamarse Museu de Barcelona, como el de Londres o el de Badalona, imprescindibles, que también son de historia aunque no lo expliciten.

En cualquier caso, el museo merece mucho más reconocimiento del que ha obtenido. Si el de Londres gira alrededor de un exiguo residuo de muralla romana, que consideran el súmmum, el de Barcelona cuenta con dieciséis siglos de piedras y edificios museizados que propician un relato continuo. Inmejorable. Un caso único, digno de figurar en el Guinness si hablara de cosas serias.

Ay, si Londres tuviera una capilla palatina gótica sobre la muralla romana, o París un baptisterio visigótico junto a tumbas que entonces ya eran centenarias y bajo un Tinell. Ay, si los catalanes o los turistas supieran que el patio del adyacente Museu Marés es el vergel donde los reyes catalanes tenían incluso leones, o tuvieran ocasión de contemplar Barcelona desde el Mirador del Rei Martí.

Puestos a expropiar, si no hubiera tanta ignorancia entre muchos de los que pretenden salvar Catalunya, qué tal si ocuparan la joya del Palau del Lloctient, propiedad del Ministerio de Cultura, que lo tiene muerto de risa sólo para fastidiar, y lo entregaran al Museu de Barcelona para que se amplíe más y más. O por lo menos, que visiten este museo ejemplar y sus extensiones geográficas de Sant Andreu o Vallvidrera, porque no se puede amar a Barcelona sin sentir su pálpito secular. Y no es posible sentirlo sin enamorarse del museo que tan bien lo representa y lo explica.

TEMAS