Castro y la postverdad

Cayo Hueso, 1996.

Cayo Hueso, 1996. / JOSÉ GOITIA / CANADIAN PRESS

XAVIER BRU DE SALA

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No tenemos derecho a quejarnos, ni ahora ni el futuro, si no sabemos enfocar el juicio a Fidel Castro con un poco de ecuanimidad. Con la mejor de las intenciones iniciales, derrocó una dictadura colonial y salvaje para liberar a Cuba del imperialismo americano. Pero a continuación, y a falta de otros protectores, no tuvo otro remedio que pasarse al otro bando, el de las dictaduras comunistas. Las que, con su estado policial descrito por Kundera, además de perseguir disidentes, obligan a toda la población a participar en un sistema de delaciones moralmente degradante. Si la mayoría de los cubanos aceptaron el comunismo fue porque el sentimiento de identidad suele ser mucho más fuerte en las islas que en cualquiera otro espacio geográfico. Antes comunistas que sometidos a la bota yanqui. Una vez atrapados ya no hay remedio.

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En el año 62, a propósito de la revolución cubana, Pere Quart escribía un poema digno de ser recordado estos días. Empezaba así: “Deixeu amics que un fatigat escèptic / posi esperança i fe en alguna cosa...” Esperanza y fe que sólo se pueden mantener si se dejan en suspenso las convicciones democráticas. Al contrario de Cuba, los países latinoamericanos que sufrieron dictaduras amigas del imperio, han acabado en democracias. En todas menos una se vive mejor y con la libertad que no ha llegado a Cuba.

Con las variaciones y los matices oportunos, este breve relato debería ocupar el 'mainstream' de la opinión, pero no es así. Vivimos en un tiempo y un país en que, dentro y fuera del soberanismo pero aún más dentro, todo se aprovecha y se tergiversan los juicios para zurrar a los rivales. Desprecio de los mínimos de objetividad a ambos lados. Defensa de las creencias y de las ideas por encima de todo.

El poema de Pere Quart se titulaba 'Ja no serà una illa'. Catalunya tampoco, pero a la inversa, invadida como está por el virus de la postverdad, con enorme fruición de sus habitantes.