Piratería informática
WannaCry: ciudades para llorar
Existen ya unos 2.300 millones de dispositivos conectados a la gestión de las ciudades, cuya vulnerabilidad compromete gravemente la vida cotidiana
Ramon-Jordi Moles
Profesor titular de Derecho Administrativo
RAMON MOLES
Muchos ataques informáticos se producen por archivos adjuntos que son abiertos por usuarios confiados. La primera debilidad del sistema es, pues, el usuario que baja la guardia y contribuye a la expansión del virus. La segunda es la negligencia de las empresas que, aun advertidas, no hacen caso de sus proveedores, contribuyendo así a incrementar el ataque. Es lógico pensar que estos ataques tienen como víctimas los sistemas informáticos de los usuarios y las empresas. Es la estrategia de 'rescate' anunciada por los delincuentes: si paga le devolvemos sus ficheros. En suma, un esquema delictivo de hace siglos (el secuestro) para un entorno de internet.
Algo no encaja si el botín conseguido a los dos días del ataque del 'WannaCry' era de unos 26.000 dólares. Mucho ruido para tan pocas nueces: se trató, o bien de una prueba con objeto de verificar la magnitud del ataque, o bien de un ensayo de ciberguerra, o, ¿por qué no?, de una operación destinada a propagar el miedo y a generar un mercado de recursos de autoprotección en el sector. A fin de cuentas el virus se origina en EEUU.
Internet de las cosas
Ninguna de estas tres opciones tendría en realidad como objetivo cobrar rescates para liberar ordenadores de redes particulares. Entonces, ¿por qué organizar semejante lío? La explicación posible y el escenario futuro subsiguiente pueden ser mucho más inquietantes: calibrar cómo atacar dispositivos conectados a la internet de las cosas (IOT), que regulan aspectos estratégicos de nuestras orgullosas 'smart cities' o 'ciudades inteligentes'.
Los expertos calculan que este año dispondremos ya de unos 2.300 millones de dispositivos conectados a la gestión de las ciudades, cuya vulnerabilidad compromete gravemente tanto el tráfico, como la iluminación, el suministro de agua y energía o la gestión administrativa, por ejemplo. Aún más si estos dispositivos son fácilmente accesibles gracias a la conectividad de que gozamos los ciudadanos. En resumen, de confirmarse pasaríamos de 'ciudades inteligentes' a 'ciudades para llorar'.
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