Análisis

Vuestras guerras, nuestros muertos

JORDI MORERAS

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Hace unas décadas, la filósofa Hannah Arendt reflexionaba sobre la violencia y criticaba a quienes decían que los hechos violentos eran, por definición, imprevisibles. Estoy seguro de que hoy también cuestionaría la opinión de visionarios profesionales que predicen que el devenir de Europa estará marcado por sucesivos ataques terroristas. Desgraciadamente los hechos acabarán dando la razón a los agoreros. Para Arendt, todos estos argumentos adormecen nuestro sentido común.

Hemos de comprender a François Hollande cuando habló de un «acto de guerra». Pero Europa no está en guerra: reconocerlo significaría otorgar el primer triunfo a la estrategia propagandista del Daesh, que pretende trasladar el conflicto de Siria e Irak a las ciudades europeas. Si Europa declara la guerra al terrorismo yihadista, es importante que sus opiniones públicas sean conocedoras de los riesgos que ello supone, y reclamen protección de sus dirigentes. Si los gobiernos europeos deben explicar su política exterior común respecto a Oriente Medio y el Sahel, deben empezar reconociendo sus mayúsculos errores ante sus ciudadanos. Porque queremos saber si las armas con las que los terroristas nos matan son de fabricación europea.

El miedo, el principal enemigo

Las acciones bélicas teledirigidas contra el Daesh siguen provocando muchas más víctimas que los kamikazes de París. Pero las acciones y retóricas yihadistas nos aventajan hasta tal punto, que han logrado inocular en nuestras conciencias la sensación de vivir permanentemente amenazados. Han hecho que el miedo se convierta en nuestro principal enemigo, y que con ello se pongan en duda nuestras convicciones.

Tras el duelo, toca ser responsables y no solo resilientes. Es decir, el sentido común nos lleva a pensar que son necesarias acciones concretas para poder salir de esta espiral de violencia. Y la 'realpolitik' no puede ser la coartada o tabla de salvación. Hay responsabilidades que recaen sobre los gobiernos europeos en cuanto que tienen una dimensión nacional. Aceptando la hipótesis de que el terremoto bélico de Siria e Irak tendrá sucesivas réplicas en suelo europeo, además de las respuestas estructurales en términos de prevención y seguridad, deberían aplicarse acciones en el plano de la cohesión social. En primer lugar, planificar políticas activas para erradicar los discursos de odio y de xenofobia que, en primer término, y tal como ya pasó con 'Charlie Hebdo'inundan las redes sociales, y posteriormente acaban generando acciones racistas contra la población musulmana. Que veamos a nuestros vecinos musulmanes como enemigos es el otro triunfo que hemos otorgado al Daesh.

Y en segundo lugar, si verdaderamente nos hemos de sentir orgullosos de lo que significa ser europeo, hemos de potenciar aún más los mecanismos que favorezcan la creación de pertenencias positivas de todos los ciudadanos que componen Europa. Si se permite que la desafección frente a esos valores haga que un joven musulmán se radicalice, estaremos reconociendo que ser europeo representa compartir una identidad en regresión. Frente a las reacciones esencialistas de una ultraderecha que bebe los vientos levantados por el yihadismo, y a la retórica de un Daesh que enarbola la bandera de la fuerza y el orgullo, nos queda apelar al sentido común y a la razón. Solo mediante ellas lograríamos evitar dar el definitivo triunfo al terror y al desaliento.