El turno

Volver de la virtualidad

NAJAT EL HACHMI

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Érase una vez alguien que sufrió una extraña desconexión entre su ordenador y el entramado de gruesos cables que lo mantenían continuamente dentro del mundo virtual, abocándole a un aterrizaje forzoso desde su itinerario cotidiano hecho de periódicos de las antípodas, entrevistas deCunía destiempo o el visionado semanal deInfidels (anque si este alguien es un hombre nunca admitirá en público que mira esta serie que tiene miles de seguidoras femeninas). Y sucedió que de repente se vio oliendo las manzanas antes de comprarlas y descubriendo que la royal gala ampurdanesa tiene un punto ligeramente más ácido que la leridana, observando la frescura del boquerón no por la foto colgada en una web sino por el brillo real de sus ojos, visitando las tiendas de ropa y experimentando el placer sublime de acariciar los tejidos, el cuero de los zapatos. Ay, la vida real, qué distinta es de la virtual. Volver a comprar mirando, oliendo y tocando no tiene precio, pero volver a vivir observando la calle y las cosas que pasan aún es más impagable. Los señores que juegan a petanca en el paseo de Sant Joan, las señoras del Eixample que bien podrían protagonizar un grupo de Facebook (¡lo cual ahora no podía comprobar!), la rumana que pide en la puerta, contenta por las alitas de pollo que le ha regalado la carnicera. Y se sienta en el bar de toda a vida que ahora lleva una pareja china y charla un rato con el hombre que le recomienda una película sobre el fin del mundo. Si no llega a ser por ese incidente tecnológico no habría disfrutado de la siguiente escena: una mujer mayor comiendo el menú con su cuidadora, y al levantarse, la muchacha latinoamericana le abrocha los botones del abrigo y le coloca el pañuelo al cuello. Piensa que tienen una relación de convención pura y dura, aunque sin embargo, en los gestos de la chica, aprecia una cierta ternura. Más palpable que la de cualquier conjunto de dos puntos y paréntesis vertical que pueda llegarle pore-mail.