Volar sale caro

Aviones de Ryanair en Barcelona.

Aviones de Ryanair en Barcelona. / Reuters / Eric Gallard

Ester Oliveras

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Volar de Barcelona a Torino por 20 euros. Tren de alta velocidad de Torino a Milán 34 euros. Taxi metropolitano al aeropuerto 45 euros. Está claro que los modelos de negocio de estos tres tipos de transporte difieren mucho entre sí, y que el número de kilómetros, no parece ser un factor determinante. Las líneas aéreas han llevado a su máxima expresión el modelo low cost, calculando, al céntimo, los gastos e ingresos que generan cada una de sus actividades.

Dice una leyenda urbana que los inicios de estas prácticas se remontan al año 1987 cuando American Airlines ahorró 40.000 dólares al año suprimiendo una única aceituna en las ensaladas que servía a bordo. Y, así es, la empresa Ryanair, la más grande del sector, cerró sus cuentas con un beneficio superior a los 1.300 millones. El transporte aéreo está al alza y esto beneficia tanto a la propia industria como al acceso de muchas personas que antes no podían viajar. ¿Cuál es el problema, entonces? El coste medioambiental no contemplado en las tarifas aéreas. Un avión medio gasta aproximadamente 2.500 litros de combustible en solamente sesenta minutos y genera 8.500 kilos de dióxido de carbono, lo que contribuye a una elevada contaminación de la atmosfera y al calentamiento global.

Se trata de una contaminación invisible e invisibilizada. Invisible porque sucede por los aires, en cielos despejados y por encima de nubes blancas. Invisibilizada porque las empresas aportan poca información sobre los efectos ambientales en sus memorias de sostenibilidad y las políticas públicas trabajan para mejorar y ampliar el transporte aéreo. Mientras la reproducción de carriles bici sugiere a la ciudadanía dejar los coches en casa para trayectos cortos, las noticias sobre nuevas aerolíneas y trayectos en el aeropuerto alegran la vida económica de cualquier ciudad.

Para realizar un paralelismo que todos conocemos, la industria tabacalera era muy lucrativa durante los años 70 y 80, pero los externalidades negativas que recaían sobre la salud de las personas y la sociedad tenían un coste muy elevado. Para compensar estas consecuencias se aumentaron los impuestos sobre estos productos y se legisló en su contra. Algo parecido está pasando ahora con el azúcar y el impuesto sobre las bebidas energéticas. Con el transporte aéreo será mucho más complejo ya que los efectos positivos económicos de su aumento a corto plazo parecen muy superiores a los costes ambientales, que se pagaran a largo plazo.

Aunque hay muchas iniciativas para disminuir el impacto ambiental de los aviones, como el uso del biocombustible, y una mejor gestión de los residuos, esta avanza con mucha lentitud, en comparación con el incremento de pasajeros que se anuncia en los aeropuertos, temporada tras temporada.

Los cambios de mayor impacto vendrán de los avances tecnológicos y las políticas públicas. A nivel individual se recomiendan vuelos sin escalas y de muy larga distancia. Para distancias medias considerar tren o coche.