ANÁLISIS

Volar puentes en Venezuela

La Guardia Bolivariana interviene durante una manifestación, el 6 de julio.

La Guardia Bolivariana interviene durante una manifestación, el 6 de julio. / EFE / MIGUEL GUTIÉRREZ

RAMÓN LOBO

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Nicolás Maduro tenía en tiempos de Hugo Chávez fama de saber escuchar. Si se trataba de una virtud, y no de una bufa sobre su disposición a la obediencia, la ha perdido como presidente de Venezuela. No se puede explicar el creciente clima de violencia, incluido el asalto el miércoles al Parlamento, sin tener en cuenta el hundimiento de uno de los países más ricos de América Latina. Maduro es hoy un hombre cercado por una crisis económica que ha dejado a un tercio de la población en situación de pobreza.

El chavismo afronta problemas irresolubles. El más grave es la ausencia de Chávez, fallecido en marzo de 2013. Tenía carisma y credibilidad. Supo conectar con los millones de venezolanos pobres olvidados durante 40 años de democracia formal, en la que los cristianodemócratas de Copei y socialdemócratas de AD se turnaron en el poder y en el saqueo del maná petrolero.

Muchos de los seguidores e hijos de aquellos líderes nutren hoy las filas de una oposición que ha logrado recuperar parte de la confianza de la mayoría, más por demérito del chavismo que por acierto de sus propuestas neoliberales.

El segundo problema es Maduro. Le falta capacidad. Se ha quedado anclado en una retórica de eslóganes vacíos, casi tanto como las estanterías de las tiendas de su país.

INGRESOS POR PETRÓLEO

También ha tenido mala suerte con los precios del petróleo. Venezuela ingresó casi un billón de dólares entre 1999 y 2014, una media de 56.500 millones al año. Entre 2011 y 2014 el precio medio alcanzó los 103 dólares por barril. En ese último año, ya con Maduro en el poder, ingresó 40.000 millones. Al siguiente, 12.000 millones. Ese es el agujero unido a un pésimo manejo de los recursos y de los préstamos.

La falta de ingresos petroleros estrangula una economía muy endeudada. Venezuela deberá hacer frente pagos de principal e intereses por valor de 92.750 millones de dólares antes de 2027, una cifra que no dejará de aumentar mientras siga la crisis. No todo es culpa de Maduro. Un año antes de morir, Chávez generó un déficit del gasto público del 17% del PIB.

La revista británica 'The Economist' prevé que el PIB venezolano se contraiga este año un 7,3%, más de tres veces que el de Siria. El FMI prevé que la inflación supere en 2018 el 2.000%. La respuesta de Maduro ha sido prohibir la publicación del IPC.

Con las tiendas vacías, los cortes de luz y el aumento de los delitos comunes, los pobres que idolatraron a Chávez han empezado a dar la espalda a sus sucesores. Maduro ganó en abril de 2013 la presidencia por solo 224.268 votos a Henrique Capriles pese a que las elecciones se celebraron en pleno duelo nacional y no hubo igualdad de trato en los medios. Más de 600.000 votos de Chávez pasaron a Capriles. Maduro sabe que en los próximos comicios está fuera.

LA OPOSICIÓN

Por si hubiera dudas del ánimo de la población, la oposición unida bajo las siglas MUD (Mesa de Unidad Democrática) arrasó en las parlamentarias celebradas en diciembre de 2015. Obtuvo 112 escaños de los 167 de la Asamblea Nacional. Rozó la mayoría de los dos tercios pero el Supremo se encargó de que no lo lograra.

La oposición entró en el Parlamento como un elefante en una cacharrería. Mandó quitar de mala manera el retrato de Chávez. Fue una torpeza entre otras muchas que vinieron después. Hubiese sido más inteligente apropiarse de la figura del líder carismático y dejar a los Maduro como usurpadores de su legado. Ni chavismo ni oposición parecen interesados en los puentes.

La MUD puso en marcha la recogida de firmas de un referéndum revocatorio para echar a Maduro este año. El Gobierno boicoteó cada paso. Maduro trató de disolver el Parlamento a través de una cacicada del Supremo, pero se desdijo ante el escándalo internacional. Luego ordenó la creación de una Asamblea Constituyente (solo con chavistas) para redactar otra Constitución. No le sigue nadie, ni siquiera la opinión pública.

El pulso también se libra en la calle. Desde enero han muerto más de 90 personas en unas protestas que no ceden. Tampoco la represión. El 60,5% de los 376 periodistas agredidos entre el 31 de marzo y el 24 de junio, lo fueron a manos de la Guardia Nacional Bolivariana. El 39,5% restante fueron víctimas de las fuerzas paramilitares y de los manifestantes.

En España, unos medios de comunicación y partidos polarizados agitan sus banderas sin pisar la calle venezolana y sin producir espacios de encuentro, o una tercera vía democrática más allá de las llamadas al golpe de Estado. La polarización es tal que esgrimir el fantasma de la guerra civil no es una exageración. Es algo que deberían tener en cuenta los pirómanos.