¿Vivimos en el Antropoceno?

El 'homo sapiens' ha alterado tanto el planeta que su acción puede haber cambiado la era geológica

MARIANO MARZO

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En Berlín existe una montaña cubierta de bosques que se eleva unos 80 metros sobre los terrenos circundantes y que ofrece una buena vista de la ciudad. Para un observador no avezado en geología, esta colina, denominada la Montaña del Diablo (Teufelsberg en alemán), parece un elemento natural del paisaje y, sin embargo, fue construida hace tan solo 70 años a partir de los 25 millones de metros cúbicos de escombros retirados de las calles de la ciudad tras la segunda guerra mundial. Todo un símbolo del impacto geológico que los humanos tenemos sobre el planeta. 

Puede argumentarse que no hace falta exagerar y que la Montaña del Diablo constituye un hecho anecdótico, de carácter puntual, limitado en el espacio y en tiempo. Pero nada más lejos de la realidad. Solo las actividades mineras trasiegan hoy en día más sedimento que todos los ríos del mundo juntos y, por otra parte, el homo sapiens ha calentado el planeta, elevado el nivel medio del mar, debilitado la capa de ozono y acidificado los océanos. Las evidencias de que la humanidad se ha convertido en una imponente fuerza geológica de dimensión planetaria son tan numerosas, variadas y relevantes, que los investigadores se están tomando muy en serio la posibilidad de diferenciar formalmente una nueva época en la escala de los tiempos geológicos, denominada Antropoceno. La propuesta, planteada en el año 2000 por el premio Nobel de Química Paul J. Crutzen y su colaborador E. Stoemer, plantea que como consecuencia del impacto de la humanidad sobre el sistema Tierra nuestro planeta habría dejado atrás el Holoceno para adentrarse en el Antropoceno.

Esta idea ha generado una intensa controversia en el seno de la comunidad científica, particularmente en la Comisión Internacional de Estratigrafía, el organismo encargado de analizar cualquier propuesta de modificación formal de la escala de los tiempos geológicos. Sin embargo, ello no es óbice para que el concepto, con una importante carga simbólica, se haya popularizado. Tras ser inicialmente aceptado de manera entusiasta por los colectivos más preocupados y comprometidos con la defensa del medioambiente, interesados en subrayar el potencial destructivo de los humanos, el término Antropoceno se ha convertido en un tópico de moda en las redes sociales y los medios de comunicación (¡Bienvenidos al Antropoceno! anunciaba en portada el semanario The Economist en 2011) hasta colarse en las agendas de las elites del mundo empresarial, financiero y político.

En este contexto, no deja de resultar significativo el proyecto de reestructuración radical emprendido por el Museo Nacional de Historia Natural del Instituto Smithsoniano en Washington DC. En la actualidad, la reputada sala de los dinosaurios del museo se encuentra casi vacía y cerrada al público por obras. La idea es que cuando vuelva a abrirse en 2019 (tras una inversión de 45 millones de dólares) los esqueletos del Tyrannosaurus rex y del Triceratops dejen de ser las estrellas exclusivas de la exposición para compartir protagonismo con un nuevo espacio dedicado al Antropoceno. Se trata de invitar a los visitantes, en su calidad de miembros de la especie animal hoy dominante en la Tierra, a que (mirando de reojo a los dinosaurios) se informen y reflexionen sobre el impacto de la actividad humana en nuestro planeta y de sus consecuencias potenciales. Pero, más allá de su utilización como un recurso comunicativo ¿está el término Antropoceno justificado en base a la aplicación de los criterios comúnmente utilizados en Estratigrafía para diferenciar otras épocas del registro geológico? La respuesta es que todavía se está trabajando en el tema. Frente al innegable entusiasmo y aceptación popular suscitados por el concepto, los científicos saben que la identificación y definición de una nueva época geológica es una tarea muy ardua. No en vano, la escala de los tiempos geológicos, andamiaje sobre el que se sustenta todos los estudios sobre el pasado del planeta, constituye uno de los grandes logros científicos, de manera que cualquier propuesta de modificación formal debe ajustarse a una serie de rigurosas exigencias científicas.

Y no hay excusa para saltarse esta exigencia de rigor, aunque sea en aras de la sensibilización medioambiental. A fecha de hoy la ciencia nos dice que nos encontramos en el Holoceno, una época iniciada hace 11.700 años, de modo que la aceptación formal del Antropoceno equivaldría a afirmar que la actividad humana ha puesto definitivamente fin a una historia iniciada tras el último periodo glacial y que constituye el  más prolongado de estabilidad del clima y del nivel del mar experimentado por el planeta en los últimos 400.000 años. ¡Ahí es nada!