Al contrataque

Viva la aberración

Sant Jordi es una aberración maravillosa, el único día del año en que la calabaza se convierte en carroza para los escritores

Lectores buscando nuevas lecturas en algunos de los puestos que inundan Barcelona en la festividad de Sant Jordi.

Lectores buscando nuevas lecturas en algunos de los puestos que inundan Barcelona en la festividad de Sant Jordi. / periodico

MILENA BUSQUETS

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Cuenta mi admirado Juan Marsé una anécdota que me encanta: un día cualquiera, no en Sant Jordi, fue a firmar ejemplares de sus libros a unos grandes almacenes. Los organizadores del evento le sentaron detrás de una mesa con varias pilas de su última novela y desaparecieron. Fueron pasando los minutos y las horas sin que llegara ningún lector.

Finalmente, Juan vio con cierto alivio cómo se le acercaba una mujer. Cuando estuvo delante de él, le preguntó: «¿Cuánto vale?». Juan le respondió, solícito: «Pues no lo sé, unos 15 euros, creo». Y cogió uno de los libros para cerciorarse del precio exacto. Entonces la mujer le miró perpleja y exclamó: «¡No, no! ¡El libro, no! ¡La mesa! ¡¿Cuánto vale la mesa?!».

Y era Juan Marsé, uno de los mejores escritores de este país.

En otra ocasión, estaba yo sola y abandonada delante de una pila de mis libros esperando a que apareciese algún lector, cuando se me acercó una mujer (espero que no fuese la misma que se le acercó a Juan) y me dijo mirándome con cara de lástima: «Niña, no te preocupes, te pareces mucho a la hija del dueño de Zara, si esto de los libros no te funciona, siempre te puedes dedicar a hacerle de doble».

No estoy muy segura de qué futuro se debía de imaginar la señora que podía tener una doble de la hija del dueño de Zara, pero de todos modos, le agradecí el consejo y le prometí que lo tendría en cuenta. No compró ningún libro.

LA SEÑAL INEQUÍVOCA DEL ÉXITO

No conozco a ningún autor que no tenga una anécdota de este tipo. Ese es el auténtico día a día de los escritores y de los libros en este país. Por un lado es estupendo porque por muchos libros que uno haya vendido, por muy buenas críticas que obtenga y por mucha tirria que le tengan sus colegas escritores (en este país, esa es la señal inequívoca del éxito), obliga a los autores, personas en general proclives a tener la cabeza en la nubes, a mantener (al menos) los pies en la tierra. Pero por otro lado es un desastre porque es la demostración de que vivimos en un país que lee demasiado poco.

Sant Jordi es una aberración maravillosa, el único día del año en que la calabaza se convierte en carroza. El único día del año en que podemos salir (cautelosamente) vestidos de príncipes y de princesas. El resto del tiempo somos la persona que pasa horas (laborables) en el fondo del bar pensando en las musarañas, el amigo que preocupa a los demás del grupo porque no saben cómo podrá ganarse la vida, el chalado que dedica uno o dos años a meterse en la piel de otra persona y, finalmente, el que espera que, en algún momento, llegue un lector que le convierta en príncipe.

Feliz Sant Jordi.