LA CLAVE

Violación de madrugada

La desigualdad de género se manifiesta también en el riesgo estadístico de ser víctima de un delito

Concentración feminista contra la violencia machista ante el Ayuntamiento de Barcelona, el pasado junio.

Concentración feminista contra la violencia machista ante el Ayuntamiento de Barcelona, el pasado junio. / periodico

LUIS MAURI

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Clac, clac. Clac, clac. Me gusta escuchar el eco de mis pasos cuando regreso solo a casa de madrugada, mejor si es tras una cena con buenos amigos que después de una jornada laboral que se ha alargado hasta la extenuación. Clac, clac. El eco puntea el silencio al rebotar en el asfalto desierto y las fachadas oscuras. Hay algo de gozosa intimidad en esos momentos. Solo hay que afrontar un riesgo, un peligro muy relativo en una ciudad razonablemente segura como Barcelona: tener un mal encuentro y sufrir un robo a punta de navaja.

Conozco a algunas personas que han sido víctimas de un asalto callejero, la mayoría de ellas en aquellos años 80 de ilusiones vencidas, quinquis y caballo; el mismo caballo siniestro que vuelve a relinchar ahora en la ciudad. Yo he sido afortunado, nunca he tenido un topetazo desagradable. 

El caso es que regresas pasada la medianoche. En casa está tu pareja, o bien llega a la par que tú o algo más tarde. Charláis, escucháis un disco, tomáis la última copa, quizá hagáis el amor antes de dormiros. Noche redonda. O no, hay cansancio, malhumor. Os enfurruñáis por cualquier motivo. Ella te da la espalda en la cama. Tú también. Hasta mañana.

El riesgo de ser mujer

Si yo fuera una mujer, el cálculo de riesgos sería muy distinto. En este caso, al peligro compartido de sufrir un asalto, debería añadirle el de ser agredida verbalmente, acosada, manoseada, acorralada violada y golpeadaviolada  camino de casa. Quizá al llegar a mi propio portal. Y no necesariamente por unos pandilleros o un sirlero. Los agresores potenciales crecen si eres una mujer que camina sola de madrugada.

Pero nada de eso ha sucedido. Afortunadamente, no es lo corriente. Llegas a casa sin contratiempo. Abres la puerta y te paraliza un latigazo de terror. Tu novio, o tu marido, te espera furioso, desencajado por la ira. Que dónde coño te has metido. Que qué le cuentas a él de que se ha alargado la faena. Que te vas a enterar. Y te enteras. Se enteran tu nariz, tu pómulo, tu estómago. Se entera tu alma. 

Sí, la ciudad es muy distinta cuando tu miedo son muchos miedos.