Pequeño observatorio

La vida comprimida de siete a nueve

JOSEP MARIA Espinàs

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Hay quien debido al trabajo que hace –escribir en periódicos, tener relación con alguna entidad, ser conocidos por algún motivo– recibe una estimable cantidad de invitaciones a exposiciones, presentaciones de libros en librerías, conferencias y celebraciones varias. Todos estos acontecimientos ciudadanos, pese a ser tan variados, tienen algo en común: acostumbran a celebrarse entre las siete y las nueve de la tarde.

Barcelona es una ciudad de vespres comprimidos. Las propuestas son tantas que marean. Cuántas actividades culturales y sociales se celebran a la vez. Cada día, el correo me trae algunas de estas invitaciones, y de un tiempo a esta parte también me llegan por mensajero, la mañana del mismo día que va a celebrarse el acto. Es como si para los organizadores de los actos esta urgencia aumentara el valor de la convocatoria entre los invitados.

Es evidente que una persona no puede estar a la vez en varios lugares distintos y a la misma hora. En mi caso, la primera reacción es no ir a ninguna parte. Pero incluso si alguno de estos actos puede interesarme, habitualmente tengo que renunciar a presentarme en el lugar indicado. Porque resulta que a esas horas de la noche yo tengo trabajo. Pero esto es solo una circunstancia personal. No puedo pedir que estos actos se celebren al mediodía o a las doce de la noche, que es cuando, en general, mi disponibilidad es más amplia .

O sea que, desde hace tiempo, las convocatorias de este tipo que recibo se quedan en un rincón de mi mesa hasta que, al darme cuenta de que ya ha pasado el día, no tengo otro remedio que tirarlas. Y entonces pienso en un periodista, al que conocí hace muchos años, que en plena posguerra lo pasaba mal, y que asistía a todos los cócteles a los que era invitado, asegurándose antes de que allí encontraría algún canapé que podría servirle de cena.

Yo me considero una persona más bien sociable, quiero decir que me gusta hablar con la gente. Y cuando he asistido a alguno de estos cócteles me he encontrado con personas interesantes, incluso divertidas. El poeta inglés lord Byron era un aristócrata muy duro, y en una ocasión dijo que la sociedad era una «horda de refinados que se aburrían mutuamente». Quizá porque yo no pertenezco a la aristocracia ni acudo a reuniones refinadas, hay actos que me satisfacen, que me permiten tratar con gente que a veces es muy interesante y nada aburrida.

Pero yo no tengo una docena de vidas, de siete a nueve.