Victoria lampedusiana

El Rey durante el discurso en el que ha anunciado su abdicación.

El Rey durante el discurso en el que ha anunciado su abdicación.

ORIOL BARTOMEUS

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La abdicación del rey Juan Carlos no es un final sino el principio. El rey es la pieza que deshace el nudo institucional que impedía la reforma de un sistema que sufría la "fatiga de materiales" propia del paso del tiempo. La abdicación, pues, no es un hecho aislado sino el comienzo de una serie de cambios y reformas que hay que entender como un conjunto articular con un objetivo: dotar a España de una nueva estabilidad, de un Consenso renovado que pueda durar décadas. Es una estrategia de reforma, como lo fue la transición, que pretende por encima de todo el mantenimiento de los equilibrios de poder del régimen actual. Un cambio lampedusiano.

No es nada nuevo. Desde hace unos años la élite española se dividía en dos bandos con visiones diferentes sobre la crisis del régimen. Por un lado, los tancredos, que entendían la crisis de confianza en las instituciones (partidos, gobiernos, el mismo rey) como un fenómeno pasajero, ligado a la crisis económica y que, por tanto, se solucionaría a medida que las constantes recuperaran la tendencia positiva y se afianzara en el imaginario colectivo la idea de la recuperación económica.

En el otro lado, los lampedusianos, aquellos que consideraban que las raíces de la falla del sistema eran profundas y que no obedecían solo a los efectos de la crisis, sino que tenían que ver con la ya mencionada "fatiga de materiales" y el relevo generacional en la población española, que había llevado a los hijos de la transición (los que no la protagonizaron) a ser mayoría.

Para la facción lampedusiana había que evitar a toda costa el empeoramiento de la situación, adelantándose a la degradación del sistema con la puesta en marcha de reformas que permitieran una reconexión entre instituciones y ciudadanos, y de paso (y esto es el importante) el mantenimiento del Estado profundo, es decir de los equilibrios de poderes que han definido el statu quo en España desde antes de la transición.

La idea de la élite lampedusiana era que si esperaba a emprender estas reformas inaplazables, se verían obligados a hacerlo en condiciones más difíciles, y no les sería tan sencillo conservar su posición. Esto evidentemente chocaba de frente con la idea tancredista que no había que hacer nada porque la recuperación económica lo solucionaría todo.

La pugna entre una y otra facción de la élite, llevada con la discreción que quieren estos temas tan importantes, acabó con el cambio de la parte de los lampedusiana de la manera más inesperada : en unas elecciones de segundo (o tercer) orden , las europeas hace una semana. El 49% de voto para las dos fuerzas mayoritarias han tenido que encender todas las alarmas, y han propiciado la última, y parece que definitiva, embestida de los lampedusianscontra el inmovilismo tancredista. Hay una reforma, y es necesario que la hacemos nosotros, porque si no nos la harán los demás.

El mecanismo se ha puesto en marcha para la parte más importante: abdicación del rey y coronación de Felipe VI. Ante un cambio de esta naturaleza, ¿qué puede aguantar? La sustitución del rey tendrá un efecto dominó sobre las resistencias tancredistas en otras instituciones. Tiempo al tiempo. El nuevo reinado vendrá de la mano de una reforma constitucional, donde las élites intentarán preservar los equilibrios bajo una nueva fachada de renovación y cambios. Los dos grandes partidos más los nacionalistas (atención) repondrán un nuevo consenso, bendecido por los poderes principales (bancos, grandes empresas) y anunciado como una nueva transición por los grandes grupos de medios (nada nuevo, algunos ya hace tiempo que se dedican).

Se trata de reproducir el esquema de democracia elitista del 1975-78 para evitar un cambio de régimen 'descontrolado'. Se tocarán todos los temas: nueva definición del mapa de poder territorial, con inclusión de alguna de las demandas de los catalanes, revitalización del sistema político (con la introducción incluso del sistema electoral mayoritario, que a la vez que permite la relación directa entre elector y elegido, favorece -aquí está la clave- el voto a los partidos grandes), más transparencia (gestos contra la corrupción y los corruptos, algún fin volará como peaje a los nuevos tiempos), rejuvenecimiento de la clase política (aquí el PSOE ha tomado ventaja al PP, pero pronto Soraya tomará empuje)...

Estad preparados por los fuegos artificiales. Hay todo un programa de reformas a desplegar en los próximos meses para hacer creíble el gran cambio ... que debe asegurarse de que todo siga igual.