EN TORNO AL CAOS INMOBILIARIO

Vergüenza en el Raval

Durante meses, se ha abandonado a su suerte a los habitantes del antiguo barrio chino, que han tenido que lidiar ellos solos con las jeringuillas tiradas en los rellanos

Desalojo de la finca del Ayuntamiento de Barcelona ocupada en el Raval

Desalojo de la finca del Ayuntamiento de Barcelona ocupada en el Raval / periodico

OLGA MERINO

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El caos inmobiliario en el Raval ha llegado a un límite tan desesperante que las comunidades de vecinos prefieren pactar las ocupaciones con una familiaocupaciones decente en la necesidad antes de que se les cuele en el inmueble una banda de traficantes. Hasta los chivatazos -en tal sitio hay un piso vacío- tienen un precio en esta especie de Monopoly siniestro.

Durante meses y meses, se ha abandonado a su suerte a los habitantes del antiguo barrio chino. Ellos solos han tenido que lidiar con las jeringuillas tiradas en los rellanos. Ellos solos han tenido que aprender el código de pañuelos de colores atados en las barandillas de los balcones en función de si hay o no heroína en el tugurio. Ellos solos con sus caceroladas de protesta, mientras la mancha de aceite envenenado ha ido extendiéndose por las calles d’en Roig, La Verge, Picalquers, Robador, Riereta, Ferlandina… No puede descartarse que el fenómeno contagie otras barriadas. 

Barcelona, donde la limitación del espacio es la que es y donde el precio medio del alquiler está a punto de sobrepasar los 900 euros mensuales, está sufriendo un proceso de gentrificación global, mientras palpita en el centro del problema un factor clave que a menudo se pasa por alto: la inmensa cartera de pisos vacíos (al menos el 60%) en manos de bancos fondos buitre, que gozan de un régimen tributario especial

La espiral

En una maligna componenda, parece que estas entidades se hayan conchabado con los narcos de la heroína. La espiral funciona más o menos así: las mafias ocupan un piso, las sociedades propietarias se desentienden adrede y el problema se enquista hasta que las familias honradas, las de toda la vida y las de inmigrantes trabajadores, tienen que renunciar a su contrato de alquiler o malvender el inmueble y largarse a otro lado ante la imposibilidad de convivir con la droga. Los fondos compran a precio de saldo, confían en adquirir muchos, a ser posible el edificio entero, y se frotan las manos esperando el próximo pelotazo. ¿Hasta cuándo?