Venezuela, ¿punto de inflexión?

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Salvador Martí i Puig

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Todo el mundo sabe que Venezuela no puede continuar tal como está. La tensión acumulada desde las anteriores elecciones legislativas, cuándo las formaciones opositoras se hicieron con la mayoría, ha estallado de forma trágica. Hoy la violencia se ha adueñado de las calles y las instituciones han dejado de operar por mucho que unos y otros se refieran a ellas. Así pues, tanto la consulta masiva convocada por la oposición el pasado 16 de julio como la iniciativa del presidente Maduro de elegir una Asamblea Constituyente el próximo día 30 no tienen ningún valor más allá de movilizar a los propios y de legitimar su posición.

A estas alturas, la pregunta a formular ya no es la de cómo un país tan rico se ha arruinado, sino cómo una sociedad caracterizada por una cultura política democrática y pacífica se está deslizando hacia un enfrentamiento civil. ¿Cómo se ha podido llegar a este punto? ¿Cómo es posible que hoy el protagonismo esté en manos de los encapuchados de la oposición y de las fuerzas de choque del régimen?

A mi entender, este dramático desenlace no puede comprenderse sin tener en cuenta la voluntad de las autoridades del tardo-chavismo de extraer el núcleo democrático propio de las contiendas electorales y de las instituciones garantistas. No hay duda de que, desde las últimas elecciones legislativas, la Administración de Maduro ha conseguido elaborar una secuencia de prácticas que violan las normas democráticas de forma tan severa que ha supuesto que la oposición cambie su lógica de actuar.

MOVIMIENTOS DE AJEDREZ

Cuándo esto ocurre la oposición percibe que su tarea no es sólo la de competir por los votos sino también de presionar a las instancias internacionales para lograr reformas para que los votos cuenten. Con ello la oposición se ve inmersa en un ambiente estratégico mucho más complicado del que acontece en un sistema democrático, ya que se ve obligada a hacer movimientos de ajedrez hacia atrás y hacia delante, sin saber si ello conduce a la democratización o a un endurecimiento autoritario del régimen.

Por otro lado, el Gobierno tiene el dilema de cómo actuar cuándo la oposición va consiguiendo cada vez mayor apoyo social, ya que si bien se ha podido escapar de la incertidumbre electoral, no sabe con certeza el apoyo que tiene al haber adulterado los mecanismos efectivos para pulsar la opinión pública. En esta situación, cuándo la oposición empieza a ganar terreno, es imposible saber si el aumento de represión detendrá o acelerará su declive.

Llegados a este punto, todo indica que el oxígeno de que dispone el Gobierno de Maduro es limitado y que cualquier desenlace sensato ya no pasa por equilibrios institucionales, si no por una negociación directa con los líderes de la oposición. Pero como ya no hay elecciones creíbles ni nadie sabe con qué respaldo realmente cuenta, antes de sentarse, cada una de las partes está midiendo su fuerza en las movilizaciones y enfrentamientos callejeros que se están librando estos meses.

Esperemos que lo que está ocurriendo durante estas semanas sea un punto de inflexión, es decir, un pulso previo a las negociaciones, y no un paso más de un espiral de violencia y sinrazón.