Crisis en el país sudamericano
Venezuela, ¿diálogo para cuándo?
Sin el carisma, la capacidad ni los petrodólares que dispuso su antecesor, Maduro optó por ningunear el poder legislativo e ignorar a la creciente disidencia
Salvador Martí Puig
Catedrático de Ciencia Política de la Universitat de Girona
SALVADOR MARTÍ PUIG
Una profesora de la Universidad de Stanford, Terry Karl, escribió hace 20 años un libro titulado 'The Paradox of Plenty' donde exponía porqué países como Venezuela, Irán, Nigeria, Argelia o Indonesia no tuvieron la capacidad de generar Estados ni sociedades robustas a pesar de los recursos de diversos ciclos de bonanza petrolera. Karl señaló que estos países terminaron generando unos patrones de desarrollo altamente dependientes de los petrodólares y del gasto público, generando una falsa ilusión de prosperidad y sin desarrollar capacidad estatal ni sociedades emprendedoras. Al contrario, estos países crearon élites y clases medias rentistas y clases populares excluidas.
Hoy, dos décadas después de la aparición de este libro, la situación de Venezuela es aún peor. Y no solo porque el país ha vuelto a desaprovechar otro ciclo de bonanza petrolera, si no por la manera en que ha dilapidado el recurso.
Es cierto que con la llegada de Chávez al poder se creó un sistema que repartió rentas y luchó contra la pobreza, pero estas medidas se basaron -otra vez- en el dinero del petróleo (que llegó a valer el triple de lo que se paga ahora) y se implementaron a través de políticas focalizadas y proyectos 'ad hoc' (como las famosas Misiones), desatendiendo la infraestructura heredada y descapitalizando la Administración pública.
El problema es que este modelo solo podía sostenerse si el precio del barril era superior a 100 dólares, y esto dejo de ocurrir ya hace mucho. Así, cuando faltaron los recursos, las iniciativas chavistas languidecieron a la par que la Administración ordinaria estaba exhausta. La combinación de ambas cosas terminaron por generar un Estado desprovisto de capacidad operativa.
La retórica nacional
A la par de lo expuesto, cabe añadir que, por un lado Chávez politizó el ejército y militarizó la sociedad a través de una retórica nacional -revolucionaria propia de la guerra fría-, y por el otro, nacionalizó el tejido productivo a través de compras o de expropiaciones.
Como es obvio este modelo funcionó mientras hubo petrodólares y una base social mayoritaria. Pero cuando el flujo de divisas se secó, en Venezuela ya no había ni un Estado que funcionara ni tejido productivo, solo que un ejército pretoriano y un líder carismático en fase terminal. En este contexto, y con un recambio de líder, la pérdida de apoyo social al proyecto solo era cuestión de tiempo, tal como se vio en las elecciones legislativas del 2015 que dieron la victoria a la coalición opositora.
El problema fue que el nuevo líder, Nicolás Maduro, no aceptó la derrota. Sin el carisma, la capacidad ni los petrodólares que dispuso su antecesor, Maduro optó por ningunear el poder legislativo e ignorar una disidencia que pasó de manifestarse en las calles a enfrentarse violentamente al régimen. Y cuando la oposición empezó a retarle la hegemonía y el apoyo social -tal como aconteció con la consulta electoral del 16 de julio-, Maduro optó por realizar un cambio de reglas de juego apelando a una Asamblea Constituyente que se eligió con una participación desigual y contestada este 30 de julio. A día de hoy nadie sabe cuál va a ser el desenlace. Solo se puede constatar que cuando no hay ni espacios ni voluntad de dialogar se recrudece el conflicto y se radicalizan las posturas. La única alternativa es iniciar un diálogo y mejor pronto que tarde.
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