IDEAS
Velocidad y tocino
Ramón de España
Periodista
Ramón de España
Tengo dos noticias, una buena y una mala. La buena es que hemos recuperado el ministerio de Cultura gracias a Pedro Sánchez. La mala (o discutible) es que el nuevo ministro es un tuitero profesional con cierta tendencia a meter la pata, un periodista del corazón criado a los pechos de Ana Rosa Quintana y un escritor de novelas que no he leído (mea culpa). Eso sí, tampoco nos vamos a cebar con el pobre Màxim Huerta, sino que le vamos a conceder los cien días de confianza de rigor: si al cabo de ese tiempo, resulta que no da la talla, siempre lo podemos sustituir por Jorge Javier Vázquez o María Teresa Campos (esperando que no se le ocurra exigir una subsecretaría para Bigote Arrocet). Más allá de las bromas, lo cierto es que nadie sabe cómo ha llegado Huerta a ministro, aunque no se descarta la negativa previa de algunos pesos pesados de la cultura española. Y quién sabe, igual es un intelectual que hasta ahora ha llevado su condición en secreto y nos sorprende con unas medidas colosales. En cualquier caso, volvemos a tener ministerio de cultura, lo cual es una buena noticia después de que el PP se puliera la cuestión con una secretaría de estado dirigida por el entonces marido de Meritxell Batet.
Lo qeu más me preocupa es que el ministerio en cuestión se llame de Cultura y Deportes
Más allá del ministro elegido, lo que más me preocupa es que el ministerio en cuestión se llame de Cultura y Deportes. ¿Alguien me puede explicar que tienen que ver la una con los otros? Al ministro de cultura le puede dar grima el deporte -como es el caso del señor Huerta, que ahora sobreactúa en dirección contraria, pero el tuit delator no hay quien lo borre-, pero eso no le impide ser un buen gestor de lo suyo. Cultura y Deportes me suena al ministerio de Información y Turismo que dirigía Manuel Fraga en la etapa seudo aperturista del franquismo. ¿Alguien sabe qué relación guardan la información y el turismo? Yo diría que la misma que hay entre la velocidad y el tocino. El caso, tanto en dictadura como en democracia, es llenarse la boca de cultura y luego cubrir el expediente de cualquier manera. Eliminar el ministerio de Cultura fue solo el clavo final en el ataúd de la cultura, a la que hasta entonces bastaba con ningunear. Considerarla, como en Francia, una cuestión de estado no es una prioridad de ningún gobierno español: recuerden cómo acabó el pobre Jorge Semprún por intentarlo.
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