Análisis
Vamos a tener que cambiar el final, Mariano
Antón Losada
Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Santiago de Compostela
ANTÓN LOSADA
Moncloa, tenemos un problema. Vuelven los lunes de pasión para Mariano Rajoy, como cuando, tras la derrota del 2004, parte del partido quería echarle y poner a Esperanza Aguirre. La operación Púnica es un torpedo en la línea de flotación del salvavidas que Rajoy y los suyos habían fletado para surcar el mar de la corrupción. Bárcenas, Correa, Caja Madrid, tarjetas 'black'; todos eran zombis revividos de la era Aznar. Tan pronto pudo, el Gobierno los había librado a la justicia. Nuestro pobre presidente se los había encontrado y los había ido matando como había podido, indignado y asombrado como un español más.
Los populares colaboran con la justicia, el Gobierno denuncia tan pronto tiene pruebas, son pocos casos, ya estamos tomando medidas para que no se repitan y el PP es como España, está lleno de gente honrada, proclama Rajoy; y además estamos todos muy indignados, remata María Dolores de Cospedal. Hasta aquí lo que pueden leer. Ninguno lo sabía, o preguntó, o le consta, o lo recuerda. Rajoy era el presidente del PP cuando su secretario Ángel Acebes presuntamente compraba medios en negro. Cospedal ya era la líder manchega cuando en Toledo presuntamente vendían la basura para financiar campañas. No se admiten preguntas. Ya han dicho cuanto tenían que decir respecto a «esa persona por la que usted me pregunta».
La operación Púnica toca, pero no hunde, este relato sufrido de la lucha silenciosa de un 'marianismo' purificador frente a un 'aznarismo' corrompedor. Es cierto que la mayor parte de los hechos destapados ahora acontecen durante la presidencia de Rajoy. No son fantasmas del pasado sino delitos vigentes. El final feliz se complica. Alguien de la dirección actual tendrá que asumir alguna responsabilidad por hechos sucedidos durante su guardia y en territorios tan 'marianistas' como la Diputación de León.
En Madrid y en Valencia
La operación Púnica también desmonta en gran medida el argumento de que la corrupción en el PP responde a casos aislados y escasos, no a un sistema de financiación ilegal institucionalizado. Las espectaculares cifras del operativo constatan la evidencia de que las dos comunidades donde mejor ha anidado la corrupción, Madrid y Valencia, son precisamente aquellas donde el poder del PP ha resultado absoluto durante décadas y a todos los niveles. Puede ser casualidad pero parece causalidad.
No todo son malas noticias. En la lista de detenidos figura algún alcalde del PSOE, un incentivo para que el principal partido de la oposición se sume a alguna acción conjunta contra la corrupción. Que Francisco Granados sea el encausado más conocido ofrece otra ventaja interesante. El otrora hombre fuerte de Esperanza Aguirre supone un problema, pero también una oportunidad para alguien tan pragmático como Rajoy. La corrupción creció con el aznarismo y en Madrid se hizo fuerte con el 'aguirrismo', hasta que llegó Mariano y mandó parar. Es otro final alternativo lleno de posibilidades, ahora que la líder empezaba a darle en público lecciones de ética con el mismo desparpajo exhibido para atribuirse haber acabado con la Gürtel.
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