ANÁLISIS

El vino de Ernesto

El técnico ha guiado al Barça con un ritmo intratable que acabó con el Madrid en Navidad y con el Atlético un par de meses después

Valverde se fotografia en el bus de los campeones por las calles de Barcelona.

Valverde se fotografia en el bus de los campeones por las calles de Barcelona. / .43135999

Sònia Gelmà

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Hay Ligas que acaban con el cava descorchado a última hora y con una explosión de euforia que invita a salir a la calle. Son Ligas de caminos tortuosos, Ligas con derrotas que parecen alejarte del objetivo, Ligas de transistores pendientes de otros campos, Ligas sufridas hasta el último instante. En cambio, hay otras que se asumen casi por inercia, mientras se van eliminando rivales, Ligas que se descuentan meses antes, a las que no les podemos pedir más satisfacción que la del pronóstico cumplido. Se saborean poco a poco, como el buen vino, y en este caso, el Barça bebió el domingo su último trago ante el Deportivo, uno previsible y poco emocionante.

Paradójicamente, el Barça de Valverde lo ha hecho demasiado bien. Su perfección, al menos en cuanto a resultados, ha asfixiado a los rivales. Los ha expulsado de la lucha por el título de una manera tan contundente que ha eliminado cualquier suspense. El Madrid no llegó a Navidad, y el Atlético cedió un par de meses después.

Paradójicamente, el Barça de Valverde lo ha hecho demasiado bien. Su perfección ha eliminado cualquier suspense

Pero que no haya habido un clímax puntual, ayudado por factores como la amarga eliminación de la Champions y la posibilidad de otro título europeo para el Madrid, no debería confundirnos respecto a la importancia de este doblete, el octavo en la historia del Barça. Quizás este torneo no haya tenido el poso de un vino añejo, pero es un título que te acredita como el mejor del año en una competición que reúne, entre otros, al vigente campeón de Europa.

El barcelonismo es un especialista en añadirle agua a cualquier éxito que no suponga la plenitud, y eso no es necesariamente malo, denota una gran ambición. Pero ser críticos con el rendimiento del equipo en Champions, ser exigentes con el juego que hemos visto a lo largo del año, no debería estar rendido con saber valorar el mérito de lo conseguido, sobre todo teniendo en cuenta el punto de partida, ese mes de agosto donde se combinó de manera fatídica la fuga de Neymar y la derrota de la Supercopa.

Porque lo fácil en ese momento hubiera sido dejarse llevar, asumir su inferioridad, dimitir. Nadie esperaba nada de ellos. Y, sin embargo, se levantaron, se rebelaron, y se reconstruyeron, liderados por un Leo Messi que se ha engrandecido como nunca. Aunque eso no haya merecido la atención de los organizadores de la competición, que no le han elegido "jugador del mes" en todo el campeonato.

El técnico merece más que nadie le ponga agua a su vino. En verano, esta vendimia no prometía ni un mosto

No se pueden forzar los estados de ánimo, tampoco las emociones, por eso es probable que esta Liga no se pueda guardar en el mismo cajón de la memoria que aquellas Ligas del Dream Team, o aquella otra que se ganó virtualmente con un 2 a 6 en el Bernabéu, pero como todas las ligas buscará su rincón. Quizás como la última de Iniesta, quizás como aquella en que Messi fue el principio y el final de todo, o incluso la Liga "invictus". Elijan su protagonista, bautícenla como quieran, pero no la menosprecien. Ernesto Valverde merece que nadie le ponga agua a su vino. Porque en verano, esta vendimia ni siquiera prometía ni un mosto.