El valor añadido de Eurovisión
El festival de la canción vuelve a generar dinero porque se ha adaptado a la mentalidad digital
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
El festival de Eurovisión podría ser un digno caso de estudio para entender la transformación digital. En sus orígenes, este acontecimiento podríamos decir que era el monopolio del monopolio. En los años 70 del siglo pasado, las televisiones públicas -y en la mayoría de los casos únicas- de los diferentes Estados europeos eran capaces en algunos momentos puntuales de paralizar el continente concentrando audiencias multimillonarias con anuncios pagados a precio de oro. Los Juegos Olímpicos, el concierto de Año Nuevo, el concurso de saltos de esquí y el festival de la canción eran los grandes eventos de la infancia para la generación que ahora tiene más de 50 años. Fueron un antecedente de identidad europea antes del programa Erasmus. Ese mundo de los monopolios de la emisión televisiva ha muerto con el cambio de siglo. Primero por la desregulación, y más tarde por la fragmentación. Pero en los últimos años, y muy especialmente el sábado pasado con el fenómeno de Amaia y Alfred, el festival de Eurovisión ha resucitado de entre los muertos y en un momento de decrepitud de la televisión convencional se alzó con audiencias millonarias propias de los tiempos de la televisión única.
Para entender este hecho hay que observar que el festival ha sabido adaptar su modelo de negocio a la mentalidad digital. Primero, cambiando el sistema de elección de las canciones finalistas -en España, por ejemplo, vinculándola al fenómeno OT- prolongándolo durante meses y después adaptando la votación final a la concepción horizontal del poder que alimenta las redes sociales. Con ello vuelve a ser un acontecimiento mediático, que desplaza a unas decenas de miles de fans a la ciudad en la que se celebra, que se convierte en trending topic en las redes sociales y que vuelve a reunir a cientos de miles de personas en cenas y fiestas privadas para seguir la retransmisión. Adaptarse o morir es el dilema que esconde la transformación digital como todos los cambios. Pero la cuestión no es cambiar de tecnología sino de mentalidad: dar papel a la gente, permitir que se organice, conversar con ella y por ella. Esa es la clave de la generación de valor añadido digital, no la producción ni la emisión.
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