Yo qué sé...

¿Unicef, 'adéu'? Es bajarse los pantalones

XAVIER SARDÀ

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Lo cierto es que hay que estar hasta los mismísimos de los paraísos capitalistas donde las empresas viven a sus anchas con legislaciones dictatoriales. Me da igual que sea China, Vietnam o el integrismo teocrático de los emiratos. Resulta que el Manifiesto comunista o el Corán se han convertido en el acuerdo marco de la indignidad y en el sueño del capitalismo internacional. Si nos lo cuentan hace 30 años, deliramos.

Qatar tiene uno de los PIB más altos del mundo, y los trabajadores de la construcción cobran poco más de 100 euros mensuales. En su mayoría son neoesclavos indios y paquistanís. Cuando uno llega al aeropuerto de cualquiera de los emiratos comprueba que hay un control específico para los ciudadanos de esas nacionalidades. Uno entra por la puerta grande, mientras que ellos acceden al país por la de los desharrapados afectados por las leyes de avales. Son leyes extensamente descritas como esclavitud moderna.

Pasado el control policial, se accede a uno de los aeropuertos más espectaculares del mundo. Ya no ves a ninguno de los trabajadores de la construcción. Han desaparecido. Ya les están llevando a los campamentos de donde solo saldrán para trabajar y regresar inmediatamente. Cada día. Siempre igual. No pueden acceder al mundo de los libres. Los paquistanís verán cada día por la ventana de las camionetas que les llevan al trabajo cómo viven los occidentales y los nacionales de su misma religión. Verán los coches de lujo obsceno, los edificios freudianos de quién lo tiene más largo, las prostitutas de lujo acompañando a los ejecutivos, los restaurantes donde una cena vale más de lo que ellos cobran durante todo el mes. Syriana, la película de George Clooney, lo cuenta a la perfección. Una escuela de resentimiento. Una escuela de odio.

Qatar no es un país. Es propiedad del emir en sentido literal. El suelo de los edificios de las grandes multinacionales es propiedad del emir. Su patrimonio personal asciende a 2.400 millones de dólares. La reina de Inglaterra tiene 450 millones.

En Qatar están prohibidos los partidos políticos. Así de fácil. Algunos me diréis que tienen otros valores, que es otra cultura. Si eso os consuela, suerte que tenéis. Me diréis que son aliados occidentales. Sí, gracias a ser aliados de Occidente pueden mantener regímenes medievales. Teóricamente mantienen el terrorismo bajo control; bueno, casi, porque la televisión qatarí Al Jazira no pierde ocasión de maldecir al mundo occidental, a Israel y a los impíos Estados Unidos. Por cierto, que últimamente, con los documentos de Wikileaks, llenan horas de trémula y excitada programación. ¿Cuándo analizarán la corrupción del petrodólar y el nepotismo de sus dictaduras? No hay criadillas.

Ya sabemos que la homosexualidad es delito y que el presidente de la FIFA ha dicho que los gais que visiten el país por el Mundial 2022 «deberían abstenerse de cualquier actividad sexual». No vale ni hacerse a pajitas quién paga la cena.

El problema no es de la camiseta del Barça. El problema es bajarse los pantalones. ¿Unicef, adéu? Yo qué sé...