Beneficios de la responsabilidad social

Una visión ¿utópica? de las empresas

Empresarios y directivos deben favorecer la cultura que convierte a una compañía en una comunidad de personas

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Antonio Argandoña

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Hace unos días me pidieron que diese una conferencia en Lleida, invitado por una entidad social, la Fundación Aspros. Hablé de la responsabilidad social de las empresas y, les conté lo que acostumbro a decir en estos casos: que la empresa es una comunidad de personas, cada una de ellas con sus propias motivaciones, muy diferentes, pero todas con un propósito común, compartido. Al final, alguien me preguntó –con más delicadeza, claro– si no estaba tomándoles el pelo. Le dije que no, que hay muchas compañías que responden a ese modelo, aunque no todas. En todo caso, la empresa como institución no tiene buena fama.

Facilitar la acogida en la empresa

Luego estuve pensando por qué decimos que la empresa es una comunidad de personas. Cuando alguien acaba sus estudios y se plantea cómo va a ganarse la vida, cómo aprenderá nuevas cosas, cómo organizará su carrera, está pensando en el puesto de trabajo que espera conseguir. Y la verdad es que esa primera experiencia es, a menudo, traumática. El mercado de trabajo funciona muy mal; la transición de la escuela o la universidad a la empresa no es un camino de rosas. Y aquí es donde la empresa puede ser una comunidad de personas, que acoja, que facilite la acogida, que prepare para el siguiente empleo.

Además de hacer llegar su voz para que  se arregle un mercado de trabajo que funciona muy mal, la empresa tiene que impulsar la visión humanista interna

No es cuestión de estructuras, de programas (que hacen falta), sino de personas. Un jefe que sepa acercarse al recién llegado, un capataz quizá gruñón, pero exigente y animante… Hace unos meses me tuvieron que hacer una sencilla operación quirúrgica. Tendido en la camilla, se acercó una enfermera joven y otra veterana. Esta última, después de saludarme, empezó a dar a la primera una clase práctica de cómo colocar una vía al paciente. No sé si esto respondía a un plan organizado desde la dirección del hospital. Pero eso es una comunidad de personas: ayudar al que lo necesita, aunque eso no figure en el contrato de trabajo. Supongo que la enfermera joven tendría un contrato en prácticas, y su continuidad en el empleo no estaba asegurada. Pero ese día debió de volver a casa con una cara alegre.

O sea: hay muchas personas buenas, y algunas que quizá se han vuelto egoístas. Las primeras son las que convierten a la empresa en una buena empresa. Y esto viene a cuento de algo que dije antes: el mercado de trabajo funciona muy mal en España. Las empresas son, a menudo, agentes pasivos, ante unos sistemas de negociación colectiva que funcionan mal, porque están al servicio de las empresas grandes y de unos sindicatos que solo se cuidan de sus trabajadores protegidos; ante unos mecanismos de acceso al mercado que no funcionan; ante una estructura de contratos que condena a los jóvenes a ocho años de inestabilidad antes de su primer contrato indefinido (en promedio, entre el 2008 y el 2016) y que empuja el paro de larga duración a los menos cualificados. 

La culpa de ese vergonzoso mercado laboral, ya lo he dicho, se reparte entre las asociaciones empresariales, que defienden a las empresas grandes de la competencia de las pequeñas, los sindicatos, los medios de comunicación y, claro, los políticos. Porque, como decía hace un tiempo el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, "todos sabemos qué hacer, lo que no sabemos es cómo ser reelegidos después de haberlo hecho". Lo que extiende la responsabilidad a los expertos, a todos los ciudadanos y, claro, a las empresas, que se aprovechan de aquel desorden. Nadie tiene derecho a mirar hacia otro lado: "Esta no es mi responsabilidad" no vale cuando llegas a tu puesto de trabajo o haces una parada con tus compañeros alrededor de la máquina de café.

En el plano micro, las empresas pueden ser, y a menudo son, comunidades de personas. Y, si no lo son, pueden mejorar mucho: esto no es caro, y depende de todos. Pero en el plano macro nuestra sociedad no favorece esa visión humanista. Por eso, esas comunidades humanas suelen tener dos caras: una, favorable, acogedora, facilitadora, hacia los de dentro, y otras, más hostil, más distante y fría, hacia los de fuera. No hacia los clientes, claro, que son los que nos dan de comer, ni hacia los proveedores o distribuidores, pero sí, por ejemplo, hacia los parados.

Los empresarios y directivos tienen que hacer llegar su voz, para que se arregle el mercado de trabajo: nos jugamos con ello no solo nuestro crecimiento económico, sino la viabilidad de nuestra sociedad. Y, hacia adentro, deben favorecer esa cultura que convierte la empresa en una comunidad de personas, contando, para ello, con todos.