Análisis

Una situación normal

Tenemos unos líderes políticos y unos partidos agarrotados de miedo, que se vigilan en el rabillo del ojo, que solo piensan en su posición en un tablero nuevo

Mariano Rajoy y Albert Rivera se saludan al inicio de su encuentro, el miércoles en el Congreso.

Mariano Rajoy y Albert Rivera se saludan al inicio de su encuentro, el miércoles en el Congreso.

ORIOL BARTOMEUS

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Si esta fuera una situación normal lo más probable es que el PP habría apartado a Rajoy, a pesar de los buenos resultados del 26-J, como única manera de asegurarse el apoyo necesario para continuar gobernando, ya que sus más que posibles aliados  (C's) han dicho por activa y por pasiva que no investirán el líder popular.

Si esta fuera una situación normal, C's estaría negociando con el PP su apoyo a la investidura y no a unos presupuestos, los del 2017, que no se pueden llevar a las cámaras si no hay gobierno. Está claro que si esta situación fuera una situación normal, C's participaría de los gobiernos autonómicos a los que apoya sin ningún problema, e incluso plantearía al PP un gobierno de coalición a nivel estatal, como han hecho históricamente los partidos de centro en situaciones normales de países normales.

DEMANDAS INELUDIBLES

Si fuera esta una situación normal, Pedro Sánchez hubiera planteado a Rajoy una serie de demandas ineludibles en el caso de que el líder conservador quisiera obtener el apoyo (o la abstención) de los socialistas a su investidura (o a la de algún otro correligionario). Sánchez podría poner sobre la mesa una lista de peticiones inaceptables para el PP, como la congelación de la aplicación de la LOMCE, la retirada de la reforma laboral o la reforma constitucional. Esto es lo que hacen los partidos normales en situaciones normales. Plantean una negociación en base a sus posiciones, hacen valer su fuerza, e incluso se marcan faroles para hacer evidente que son los otros los que no quieren pactar.

Está claro que si esta situación fuera una situación normal, lo primero que habría pasado es que el candidato a la investidura y su partido habrían planteado desde el día después de las elecciones una serie de acuerdos para atraerse el voto positivo o la abstención de posibles aliados, entablando negociaciones a varias bandas que podrían afectar diferentes arenas (los gobiernos autonómicos o municipales, la mesa del Congreso).

HACERSE LA FOTO

Pero no ha pasado nada de eso. Más de un mes después de las elecciones nadie ha propuesto ni negociado nada (o muy poco). Los líderes se han sentado para hacerse la foto y gracias. Rajoy mantiene que él debe ser investido porque es el más votado, saltándose a la torera la lógica parlamentaria que fija su amada Constitución. Pretende que le entreguen el gobierno sin dar nada a cambio, simplemente porque ganó las elecciones.

Al otro lado, Sánchez es prisionero de la accionista mayoritaria del PSOE, por lo que se limita a repetir lo que le dijo el comité federal, como si fuera un muñeco de ventrílocuo. No es no, proponga lo que proponga el PP, que por otra parte no propone nada, porque se cree que merece el Gobierno por derecho divino. Entre uno que no puede y el otro que no quiere, bloqueo asegurado.

Tenemos unos líderes políticos y unos partidos agarrotados de miedo, que se vigilan en el rabillo del ojo, que solo piensan en su posición en un tablero nuevo, del que aún no conocen los contornos, vigilados por unos ciudadanos y unos medios prestos a denunciar cualquier debilidad, en un marco cultural donde cualquier acuerdo es sospechoso de martingala.