Los caminos para fomentar el espíritu de superación

Una semana perdida

Una verdadera cultura del esfuerzo pasa por suprimir los puentes festivos del calendario

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XAVIER Bru de Sala

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Poco podía pensar el padre Adán que trabajar fuera tan complicado. En aquellos tiempos, tener trabajo no era el problema. Más bien al contrario, había demasiado trabajo, y la obligación de hacerlo. El más duro en régimen de inhumana esclavitud, durante milenios. Trabajar era, en un principio, la maldición, el castigo bíblico por haber probado la fruta prohibida del paraíso. Ahora es el privilegio de los afortunados. No es la actividad que la mayoría elegiría, pero es la mejor de las alternativas para los que no formamos parte de las clases pasivas. Ni los que más se quejan del trabajo dejarían de hacer lo que fuera para conservarlo si estuviera en peligro. El trabajo, pues, si no llena de satisfacción por sí mismo, sigue siendo una maldición, si bien moderada. Tal como van las cosas, mejor dar gracias por tenerlo. Ahora bien, es una suerte si se puede trabajar menos por el mismo precio, es decir, por el mismo sueldo. Obtener más por el mismo esfuerzo o sacar el máximo provecho por un gasto inferior de energías; he ahí un par de malditas aspiraciones universales.

Desde este punto de vista, tan humano, tan comprensible, cuantas más vacaciones, mejor. Cuantos más festivos, mejor; cuantos más puentes, mejor. Si pueden ser acueductos, fantástico. Lástima que se demore la época en la que los robots harán nuestro trabajo y podremos dedicarnos a vivir bien y a descansar la mayor parte del tiempo, sin dar golpe, cobrando más incluso. Mientras tanto, lucharemos contra la prolongación de la vida laboral. Mataremos horas de trabajo contando, como en la mili de antes, los días que faltan para el próximo puente, para las mini o las grandes vacaciones. Aprovecharemos unos instantes para cotillear, vía internet, el próximo destino, cuanto más lejos, mejor, ahora que los aeropuertos irán como una seda.

La verdad se encuentra lejos de este tipo de deseos que serían muy secretos si no fueran tan compartidos. Para la desgracia de los que no experimentan en ellos mismos los efectos de la ambición, el mundo se ha vuelto algo más competitivo. Como impera la famosa productividad, si el rendimiento laboral no se incrementa, el futuro pinta muy negro. Principalmente el futuro de los que, en el trabajo, dedican la mayor parte de su capacidad a pensarlas todas para matar el tiempo sin que los de arriba se den cuenta, y si es posible resultar bastante imprescindible o útil al superior inmediato como para que te permita hacer impunemente el inútil.

Así no vamos a levantarlo, ni a este país ni a cualquier otro que dispusiera de los recursos que a los catalanes nos quitan. No hay que llegar a los extremos, por otro lado admirables, que llevaron a los alemanes a doblar la jornada laboral con otra voluntaria para retirar los escombros y pasar en un santiamén histórico de la más espantosa devastación a la prosperidad. La situación no es tan grave ni mucho menos, pero unas gotas de aquel espíritu irían bien para contrastar tanta desidia, si no para contrarrestarla. El modelo espartano no es aplicable a Catalunya, pero tampoco tendría que causar tanta alergia la demanda de un poco más de esfuerzo para hacer mejor las cosas. El espíritu colectivo de superación nace de los individuos, de unos pocos, y, en determinadas circunstancias, quizá se contagia. ¿Hacia dónde tenemos que mirar para encontrar modelos e imitarlos? En todas partes existe gente que hace las cosas bien, con dedicación, con pasión, con resultados notables o excelentes, y sin pedir nada a cambio. La inmensa mayoría de los que así actúan no obtienen ningún tipo de reconocimiento. Esta es la gran virtud diferencial de los catalanes, pero es minoritaria. Para extenderla, lo primero que hay que hacer es señalarlos, ponerlos como modelo, aplaudir la ejemplaridad.

No son pocos los que certifican una lenta y tranquila decadencia de Catalunya, tan plácida que pasaría desapercibida. Esto no es cierto. Catalunya está a pocos pasos de emprender la ruta para ser de nuevo un gran país. Y a cuatro, también hay que decirlo, de empezar a dar la razón a los predicadores de la decadencia. Arrastramos un lastre de negligencia muy considerable, pero hay bastante energía y realidad como para remontar. La competitividad de la era global exige mucho. La crisis no ayuda. El BOE nos es desfavorable. Por eso hacen falta esfuerzos, aunque sean individuales, pero mejor si son colectivos. En todo caso, conviene que sean subrayados y reconocidos.

Esto es todo, sea dicho con ocasión de la semana perdida. Contra los partidarios del «siempre va bien descansar», la consideración de que falta muy poco para las fiestas navideñas, final de cuatrimestre, momento idóneo para una pausa. Esta semana, popularmente denominada de la Purísima Constitución, resulta para muchos perdida, en general desaprovechada. Ni adrede podría ponerse el calendario de forma más inoportuna.

¿Cómo se arregla esto, de cara a los próximos años? Para empezar, el calendario escolar no tendría que propiciar puentes. Para proseguir, se precisan acuerdos sociales para suprimir puentes y trasladar festivos al lunes. La cultura del esfuerzo es imprescindible.

Escritor.