Análisis
Una nueva hoja de ruta para la economía catalana
Las intervenciones en política industrial deberían ser pocas, pero selectivas y radicales
Guillem López Casasnovas
Catedrático de Economía (UPF). Exconsejero del Banco de España.
Guillem López Casanovas
Para muchos es contradictoria la situación en la que se encuentra la economía catalana. Los estudiosos divergen: una mancha más para la credibilidad de la economía hecha por los economistas analistas de conveniencia. Nuestra economía está yendo muy bien, como dicen algunos, desmintiendo así las mentiras de los 'antiprocés', o ¿estamos cerca del abismo con la incertidumbre que sobre la inversión futura, y de la extranjera en particular, genera la situación política en la que estamos instalados?
Los datos más recientes apuntan en positivo: menos turistas (-2,1%), pero más gasto turístico (+6,7%). Obviamente es algo que valorar favorablemente: crecer en cantidades y no en gasto carecería de futuro. La ocupación está ya en los niveles de antes de la crisis y algunos empresarios tienen dificultad en contratar trabajadores. En la inversión industrial vemos crecimientos de dos dígitos (12%): química, automoción, alimentaria ... y el incremento de la renta catalana se sitúa por encima de la española y esta por encima de la europea.
Catalunya, según la última memoria de las Cámaras, ha reforzado la demanda externa y siguen los 'flashes', hoy mismo, de nuevas inversiones extranjeras ¿Son estos datos inercia del pasado o responden a una coyuntura proyectable cara al futuro? Pero más allá de la respuesta que demos a la cuestión, valoramos el movimiento de fondo. La crisis y su superación dejan hoy algunas incógnitas importantes. Un diagnóstico reciente (Herrero, Villar y Soler para el IVIE, 'Oportunidades de empleo y renta en España 2007-16. El impacto de la crisis') que hace unos días se ha publicado muestra inequívocamente que respecto del 2007 Catalunya es la peor comunidad autónoma en términos de pérdida de oportunidades de renta (un 28% respecto del 2007), a pesar de no haber perdido oportunidades relativas de empleo.
Esto alerta sobre la baja calidad de la ocupación generada. Tenemos así la constatación de que los servicios tradicionales y la hostelería crean más empleabilidad que la industria pero de mucha peor calidad (renta), debido a su menor valor añadido. Esta pérdida de valor relativo de bienestar se debe al paso de más estratos de población catalana hacia grupos de renta más bajos. Así, la 'suerte' de nacer en Catalunya como indicador de bienestar ha bajado y no se ve cómo remontarla para las nuevas generaciones sin un cambio de orientación de modelo económico.
Recuperar la industria
Esto hace que muchos apelen, ya hoy sin rodeos, a recuperar la industria para lograr cambios sustanciales en el modelo productivo. Esto pasa por renunciar a fundamentar estrategias de futuro basadas en pretender perpetuar tasas de crecimiento, y menos de las irreplicables por insostenibles con el territorio o los recursos medioambientales, o desde la precariedad laboral y los bajos costes unitarios como forma de competir.
Entre otras razones, porque así fiscalmente no se financia un estado de bienestar de verdad. Dicho en positivo, este objetivo requiere consolidar niveles (no tasas) de prosperidad, en crecimientos sostenibles de renta, eliminar incertidumbres de futuro, principalmente de inestabilidad política y para la inversión extranjera en particular. Se trata de solidificar mejor las palancas públicas de la economía y los anclajes de las apuestas económicas que saben que funcionan.
Entre las primeras, el capital social que tiene el país (cohesión, sentido de pertenencia, hoy fuertemente erosionado) y que debe reconducirse. Por supuesto, es sensato impermeabilizar en lo posible las estructuras productivas de las dependencias comerciales exteriores que sean de concentración elevada en unos pocos mercados de destino, o excesivamente volátiles de corrientes políticas o ideológicas cambiantes. Las intervenciones en política industrial deberían ser pocas, pero selectivas y radicales (por ejemplo en fiscalidad o en mercado de trabajo). Y por encima de todo, no menospreciar los valores como elemento de creación de riqueza y vehículo para trasladar renta a prosperidad y esta en bienestar social de la mano de una mayor equidad.
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