Las reglas del juego democrático

Una ley electoral más proporcional y que respete las identidades

A lo largo de la historia democrática reciente las mayorías conservadoras han sido más 'baratas' que las progresistas

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GEMMA UBASART

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Se ha abierto el melón de la reforma del sistema electoral español. Aunque se trate de un tema que ha estado presente en la discusión política ya desde los años 80, la novedad reside en que, por primera vez, existen propuestas concretas de partidos que políticamente, por la correlación de fuerzas actual, podrían ser transitables. Podemos y Ciudadanos se han tomado en serio el reto y han empezado a reunirse para acordar una reforma gradual con el objetivo de aumentar la proporcionalidad del sistema, a partir de la cual trabajarán para que se sume el PSOE. El sistema electoral que se diseña en la Transición -combinando criterios de proporcionalidad, gobernabilidad y representación territorial- introduce una serie de efectos en el mapa de la representación política que conviene tener en cuenta. En primer lugar, la pequeña magnitud de muchas circunscripciones provinciales genera un efecto mayoritario en gran parte del territorio. En segundo lugar, el prorrateo combinado (demográfico y territorial) provoca un sesgo conservador. El voto vale más en las provincias poco pobladas y tendencialmente más rurales, hecho que ha supuesto que a lo largo de la historia democrática reciente las mayorías conservadoras hayan sido más 'baratas' que las progresistas.

Sin reforma de la Constitución, tres son los elementos que pueden modificarse de la LOREG. En primer lugar, la composición de la cámara: pasar de 350 a 400 diputados. Esta medida no comporta mucho cambio en términos de proporcionalidad y podría provocar rechazo ciudadano. En segundo lugar, podría modificarse la dotación inicial de dos diputados por provincia. Pero si se reduce a uno disminuye aún más la proporcionalidad en estas provincias; en cambio, mientras que si se aumenta a tres crece la brecha en el valor de voto entre provincias muy y poco pobladas. En tercer lugar, existe la posibilidad de reformar la fórmula electoral. Esta tercera sería el camino escogido por Podemos y Ciudadanos: cambiar la fórmula D’Hondt por la de Sainte-Lagüe, que es más proporcional.

A pesar de que se ha repetido en el debate académico y político que la fórmula D’Hondt no es la principal responsable de los dos efectos antes apuntados, sí que es cierto que cabe incorporar una fórmula más proporcional que modere el efecto mayoritario de una parte importante del sistema. Aplicada la fórmula al resultado de las elecciones generales del 2016, el mayor perjudicado sería el PP, que perdería 15 escaños, mientras que el PSOE perdería uno; por el contrario, Ciudadanos ganaría 12 y Podemos 6. Las variaciones en los resultados de las fuerzas políticas de ámbito no estatal son mínimas. Ahora bien, un cambio en las reglas de juego condicionaría también el comportamiento de los votantes y de los partidos políticos. Y, por lo tanto, los escenarios futuros no son del todo previsibles.

Resistencia del PP

Es evidente que, en vista de los números, el PP se resistirá. La clave del éxito de la reforma será la posición del PSOE, que llevaba en su programa mejorar la proporcionalidad del sistema. Su decisión no es sencilla. Existe una evidente demanda ciudadana que apunta hacia algún tipo de reforma que genere una mayor proporcionalidad del sistema, pero a la vez aceptar una propuesta de este tipo significa explicitar que se pone fin a un sistema bipartidista y se entra en uno multipartidista.

La reforma que plantean los nuevos partidos camina hacia una mayor proporcionalidad del sistema sin tocar el elemento nuclear de la cuestión: el distrito. Existe una imposibilidad a día de hoy de conseguir una mayoría calificada que permitiera hacer una reforma constitucional para ir más allá de la reforma propuesta. Ahora bien, si esta prospera se abrirán nuevos debates y, quizá, será el momento de repensar el distrito. Y no solo para proseguir en la introducción de proporcionalidad, sino para hacer frente la reducción del sesgo conservador.

Avanzar en estos retos debería de ser compatible con el mantenimiento de un reflejo en el Congreso de la pluralidad existente en los subsistemas de partidos. Y no por una cuestión de representatividad territorial -para esto debería estar el Senado (reformado)-, sino porque se entiende que los nacionalismos periféricos, mayoritarios en algunos territorios, forman parte de la diversidad en el campo de las ideas y que las dinámicas políticas plurales deben de tener cabida en nuestro sistema político. En la configuración plural de la vida política y en la existencia de distintas disputas y demandas también se encuentra la clave del éxito del buen desarrollo de un estado plurinacional y diverso.