ANÁLISIS
Una guerra ideológica
El 'bannonismo' tiene una idea, un plan, un objetivo y dinero, y no tiene escrúpulos
Joan Cañete Bayle
Subdirector de EL PERIÓDICO.
Periodista y escritor. Transición digital y audiencias. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (junto a Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
JOAN CAÑETE BAYLE
El foco del escándalo alrededor de Cambridge Analytica se ha centrado, con buenos motivos, en Facebook, no en vano se trata de la fuga masiva de datos de 50 millones de usuarios de la red social para ser usados con fines de propaganda política en una campaña electoral --la de Estados Unidos en el 2016-- en la que acabó imponiéndose un candidato tan inverosímil que ni siquiera él pensaba que podía ganar. La escena descrita en el libro 'Fire and Fury' de Melania Trump llorando desconsolada al saberse Primera Dama pone los pelos de punta ante la magnitud de la sima abierta por el electorado estadounidense. La utilización de los datos es una explicación (otra más) del colosal desastre. Pero más allá de Facebook, su cotización en bolsa, las explicaciones que va a tener que dar Mark Zuckerberg y, en general, lo nocivas que se están haciendo las redes sociales, conviene no perder de vista los otros dos nombres implicados en el escándalo. Uno es Steve Bannon, vicepresidente y secretario de Cambridge Analytica desde junio del 2014 hasta agosto del 2016, cuando se convirtió en el jefe de campaña de Donald Trump. El otro es Mercer, apellido del multimillonario Robert y su hija Rebekah, pareja clave en la financiación de candidatos a lo Tea Party y que también aportaban el dinero a Cambridge Analytica.
En agosto del 2016, la campaña de Trump agonizaba en el marasmo típico del personaje. Los Mercer, que hasta entonces habían dado apoyo a Ted Cruz en las primarias republicanas, cambiaron de bando y aportaron cinco millones de dólares a la campaña de Trump. Pusieron una condición: entregar el control de la campaña a Bannon y Kellyanne Conway. Fue entonces cuando Bannon abandonó Cambridge Analytica. Tres meses después, Trump ganó las elecciones.
¿Fue gracias a los perfiles de votantes construidos a partir de la información sobre condición sexual, religión, edad, tendencia política y gustos recolectada de Facebook? Está por demostrar, y en cualquier caso sería dudoso que un solo factor explicara el resultado de aquellas elecciones. Políticamente, el foco del escándalo se mueve de Zuckerberg a Trump, pero no es previsible que esto afecte al presidente. Al fin y al cabo, la ventaja de estar plagado de escándalos desde el mismo día de la toma de posesión (literalmente) es que su administración está (más o menos) vacunada. Pero, decíamos, conviene no perder de vista a Bannon y los Mercer, por mucho que hoy, al parecer, no se hablen.
Trump es un agujero negro. La incompetencia de su figura todo lo absorbe, todo lo concentra. El resultado electoral del 2016 se tiende a analizar a partir de él. Pero la campaña de Bannon y los Mercer, entre otros, de tomar el poder con su agenda derechista, supremacista y racista, su objetivo de desatar una revolución de derechas no solo en Estados Unidos sino en Europa no empezó con Trump. El presidente, como ha venido a decir Bannon, es un jalón en el camino, casi un accidente. La izquierda, los progresistas, los 'liberal', obcecados en Trump, corren el peligro de perder de vista que el bannonismo y el mercerismo, en sus múltiples rostros, tienen una idea, un plan, un objetivo y dinero, y no tienen escrúpulos. No son analfabetos racistas, como se tiende a ridiculizarlos. Al contrario, parecen comprender este mundo real de hoy mucho mejor que sus adversarios. Hay una guerra ideológica en marcha, y reírse y escandalizarse con Trump no sirve para nada.
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