La rueda

Una y grande, la bandera

NAJAT EL HACHMI

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Envidio a la gente que se puede conmover fácilmente con algunos símbolos patrióticos o nacionales. Las banderas, los himnos, no me suelen decir gran cosa, sean del país que sean. Supongo que se debe a una limitación personal, una incapacidad congénita aunque he estado expuesta a este tipo de elementos de forma muy diversa. También puede ser que al no haber resuelto ninguna bandera mis conflictos identitarios haya optado por desconfiar de lo que es significativamente demasiado claro, demasiado consensuado, demasiado explícito.

Si estamos cansados de repetir que las identidades son complejas, múltiples, cambiantes y poliédricas, arreglar la pertenencia grupal con un trozo de tela, resumir con unos colores todo lo que representa, puede ser, como mínimo poco preciso. El domingo intentaba estar atenta al discurso de Pedro Sánchez, pero la enorme bandera española que tenía detrás me impedía concentrarme en sus palabras. El tamaño del símbolo era descomunal, sobre todo teniendo en cuenta que estamos acostumbrados a ver los socialistas rodeados de público, con las siglas del partido en paneles transparentes.

Viendo cómo subía la mujer de Sánchez al escenario y la estética general de la escena supuse que se quería copiar la manera de hacer estadounidense, pero el resultado no fue exactamente el mismo. El vínculo sentimental de los americanos con sus barras y estrellas no es exactamente el mismo que tienen los españoles con su bandera. Es sorprendente que optara por hacer esta afirmación nacionalista tan contundente sobre todo teniendo en cuenta que en estos momentos hay tantos territorios del Estado que reivindican la visibilización de sus singularidades. Aunque de palabra hiciera referencia a la opción federal, el ruido de la gran y uniforme bandera era tan ensordecedor que el discurso de Sánchez quedó en segundo plano.