Una buena idea mal ejecutada

Lo cierto es que la fórmula de las cajas es ahora más válida que nunca, como banca minorista, de proximidad, de confianza y de retorno al territorio

GUILLEM LÓPEZ-CASASNOVAS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

A las cajas las mataron entre muchos; unos se cebaron más que otros, pero fueron muchos. Había quien les tenía ganas. De la mano de su mentor estatal, Fuentes Quintana, las cajas se habían subido poco a poco a las barbas de la gran banca. Y muchos pensaban que lo hacían sin suficiente pedigrí o pertenencia a la casta que se llama ahora. La España de la baldosa era tan débil que a las cajas se las llevó un vendaval y con la deconstrucción se destaparon las vergüenzas. Retribuciones impúdicas autoconcedidas de quien no tenía ningún control efectivo, y decisiones a conveniencia política. Ni contaban las cajas con juntas de accionistas de verdad, ni consejeros que pudieran aconsejar de lo que a menudo desconocían. Con su eliminación, algunos se sacaron de encima un competidor; otros, un contrapoder político territorial. Los reguladores no supimos/quisimos evitar el hundimiento, y nuestra Generalitat, ni ningún gobierno autónomo, hizo lo suficiente para evitarlo. En todo caso, la misma naturaleza de las cajas no les ponía fácil levantar capital para tapar los agujeros que el derrumbe de la vivienda generaba. ¿Quién podía querer poner dinero donde después no podía mandar ni velar in situ para su devolución? El desbarajuste de gestores con poca profesionalización y de presidentes aficionados, a menudo con más buena voluntad que luces, fueron desencadenantes del derribo. Las lamentaciones son quejas ex post que la retahíla de gestores imputados enfrían.

Una fórmula válida

Y lo cierto es que la idea de las cajas es ahora más válida que nunca, como forma de banca minorista, de proximidad, de confianza y de retorno al territorio. Con los sensores bien puestos sobre las necesidades de la economía productiva y un cierto alejamiento del ánimo de lucro, podrían representar hoy algo híbrido entre dos extremos que dan miedo. Contemplo aquí algunas modalidades de la banca ética y entidades que no paran de crecer para mayor riesgo sistémico de la economía, su forma preferida de autoprotección.

Como confesión inculpatoria tengo que reconocer que después de una defensa en toda regla del espíritu cajero, sufrí la inacción derivada de los argumentos que desmontaban los planes que me iba haciendo, atento a las evidencias puntuales que daban los responsables de su supervisión. En clave interna catalana todo se convirtió en previsible. También fue predecible el rescate de Bankia y la pérdida de las cajas catalanas, salvo la caja grande, que siempre jugó en una división superior.

Confieso también el poco éxito de mis toques de atención a los responsables políticos sobre la deriva de las cosas que observaba, y algunas actuaciones que hice, por libre, para no perder parte de lo que se mantenía desde cimientos sólidos. Mi fracaso ayudó a matar también las cajas.

Sigo ahora con atención las propuestas de rehacer los planos de la obra desde cimentaciones que espero más sólidas. Y lo hago no desde la melancolía, sino de los deseos de ver mejorar la competitividad, observar nuevos alientos a la economía productiva, y en paralelo a las ganas que tengo de ver reducir los excesos de cierta banca que ha perdido los papeles sobre lo que pueden ser comisiones de gestión razonables, retribuciones lógicas para sus directivos, indemnizaciones no vergonzantes para los despedidos, tratos individuales más adecuados para los clientes. No soy por eso tan optimista como para pensar que la regeneración vendrá por esta vía, pero creo que son probables nuevas iniciativas, las posibilidades de las cuales quedará condicionada, entre otros factores, a que en Europa las cajas alemanas mantengan su especificidad.

TEMAS