Una agencia con espíritu olímpico
La EMA es lugar de peregrinaje para la industria farmcéutica para poder vender sus productos en 26 estados
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
ALBERT SÁEZ
La candidatura de Barcelona para acoger la sede de la Agencia Europea del Medicamento (EMA) tras el 'brexit' nos recuerda a los viejunos el espíritu de aquella candidatura de la ciudad para los Juegos Olímpicos de 1992 que ganó la batalla en octubre de1986 con el mítico "a la ville de Barcelona" de Juan Antonio Samaranch. Una auténtica "operación de Estado" forjada con las buenas artes de Leopoldo Rodés, mezcla a partes iguales de flema inglesa, diplomacia francesa y picardía catalana. Un hombre culto, inteligente y realista. Los tiempos son otros y los protagonistas muy distintos como distinto es el objeto que se persigue. Pero como en aquella ocasión estamos ante un proyecto que abordan las élites sin que el conjunto de la población tenga demasiada conciencia exacta de lo que se trata. No siempre pasa por voluntad de ocultación aunque a menudo falte transparencia y voluntad de empatizar con la ciudadanía.
La EMA es una pieza clave para la industria farmacéutica. Cuando un laboratorio descubre una nueva fórmula para un tratamiento médico necesita de su autorización para poder venderla en los 27, ahora 26, estados miembros de la UE. Es la vía de acceso a uno de los mercados más importantes del planeta en cuanto a potenciales compradores con la peculiaridad que es el único donde el gasto corre principalmente a cargo de los presupuestos públicos. La EMA nos protege de los curanderos y de la pseudociencia impidiendo que nos vendan en la farmacia placebos que no sirven para nada o remedios presuntamente milagrosos que acaben matándonos más deprisa que la enfermedad que pretenden sanar. La agencia decide en última instancia que tratamientos van a estar disponibles e indirectamente en el caso europeo si van a correr a cargo del Estado. La EMA es, pues, un lugar de peregrinaje para representantes de la industria farmacéutica con el fin de presentar sus productos ante los científicos y presionar a los responsables de la seguridad sanitaria en toda la UE, puesto que es un registro centralizado, uno de los puntales del mercado único en materia de medicamentos. Si la EMA se retrasa en la autorización de la comercialización, los laboratorios pierden parte del periodo que tienen protegido por las patentes en las que han invertido millones de euros.
La consecución de la sede de esta agencia es uno de los pocos proyectos que une hoy a las tres administraciones que transitan en Catalunya, a la propia y potente industria farmacéutica y a los restos de lo que se llamaba sociedad civil catalana que hoy está desmembrada por diversas crisis, empezando por la de la independencia. Veremos si esta frágil unidad sirve para convencer a Bruselas y, especialmente, a empujar a Rajoy a cambiar este cromo por algún otro. Porque, al final, la unanimidad entorno al proyecto será una condición necesaria pero no suficiente. Esta batalla no se gana como la del 86 a base de llevar a los miembros del COI a cenar a Casa Leopoldo. El tramo final es de Rajoy y de su habilidad y generosidad para cambiar el cromo de la EMA por otros que interesen más a sus 25 colegas de la UE.
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