MIRADOR

Un trato con Belcebú

La moción de censura que acaricia Sánchez, más que para derribar a Rajoy, parece pensada para descabalgar al emergente Rivera

El presidente Mariano Rajoy saludando al lider de Ciudadanos, Albert Rivera, en el Congreso

El presidente Mariano Rajoy saludando al lider de Ciudadanos, Albert Rivera, en el Congreso / periodico

LUIS MAURI

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Mariano Rajoy ya tiene su Presupuesto, por cortesía, interés y racionalidad de los nacionalistas vascos. El PNV, y no todos pueden decir lo mismo a un lado y otro de la trinchera catalana, nunca ha abdicado de la política. De la Política.

El voto del PNV brinda aire a Rajoy para lo que queda de legislatura, dos años, a menos que Pedro Sánchez logre alzar antes una moción de censura sobre el cimiento de la condena de la red de corrupción Gürtel. El disparo, más que para Rajoy, parece pensado para derribar al emergente Albert Rivera. ¿Auparía el bólido naranja a Sánchez a la presidencia justo en vísperas del anunciado gran momento electoral de Ciudadanos? ¿O por el contrario cargaría con el lastre de afianzar a Rajoy en su cargo tras la sentencia de la ominosa Gürtel?

Entre tanto, Rajoy gana oxígeno y tiempo. Oxígeno para defender su posición hegemónica en la derecha española frente a la vigorosa ofensiva de Rivera. Tiempo para intentar manejar el conflicto catalán de modo que el bólido naranja no recoja en exclusiva los réditos en el campo nacionalista español.

Reverberaciones joseantonianas

Los signos previos a la batalla electoral también pueden leerse de modo opuesto: Rajoy gana tiempo para seguir cociéndose en el fuego lento pero incesante de la corrupción y regalando triunfos a Ciudadanos en el frente catalán. El rustido del líder del PP aún podría verse agravado por su probada contumacia y la escasa atención que parece merecerle el  sentido común o, directamente, el bien común: primero incendió Catalunya con su asedio al Estatut,  sus firmas callejeras y sus boicots; luego se puso a silbar, haciendo ver que el avance incontrolado de las llamas no iba con él, y por último abdicó de su responsabilidad política y se la endosó a unos tribunales extremistas e incapaces.

Ciudadanos también mide el tiempo. La carrera hasta las elecciones puede devenir una eternidad si se trata de mantener en efervescencia el deseo de relevo en la derecha. El PP es capaz de estropear más aún su propia baza, en efecto, pero Rivera corre el riesgo de desfondarse en un sprint interminable y llegar boqueando a la meta. Y su extremismo identitario, reverberaciones joseantonianas incluidas, empieza a indisponer a algunos de los poderes económicos que lo pusieron en órbita. Los padrinos de Rivera quieren ante todo el regreso a la estabilidad -el pilar del negocio-, no la perpetuación innecesaria del incendio. Todo eso sin contar con la eventual irrupción en escena de Sánchez y su moción de censura.

Los Rugientes Cuarenta

Mientras, en Catalunya, la batalla auténtica ya no es el desafío al Estado. Esto es solo una coartada necesaria para la rectificación. Los independentistas saben que la derrota de la vía unilateral es inapelable, solo paliada de forma aparentemente contradictoria por la desmesura policial (represión del 1-O) y judicial (proceso por rebelión). La incompetencia del Estado en la calibración de su respuesta al desafío sirve a los independentistas para atronar como los Rugientes Cuarenta, lo cual quizá valga para disimular la realidad pero no para cambiarla: no solo Europa no espera con los brazos abiertos la independencia de Catalunya, ni siquiera los nacionalistas vascos están dispuestos a partirse la cara por sus homólogos catalanes y perder un buen trato presupuestario con Belcebú.

En Catalunya, la verdadera pugna política ahora es la que libran cada vez con menos disimulo las distintas facciones independentistas por la hegemonía. Es decir, por la posición de cada cual en la recuperación del autogobierno y el reparto del poder y el presupuesto.