El último eslabón

El general Alfonso Armada, en una imagen de archivo.

El general Alfonso Armada, en una imagen de archivo. / periodico

ANDREU FARRÀS

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Con la muerte de Alfonso Armada y Comyn, marqués de Santa Cruz de Rivadulla, exgeneral de división del Ejército español, desaparece uno de los cerebros del golpe de Estado de 1981 y también el eslabón que la trama de los involucionistas --algunos condenados y otros ni siquiera procesados-- esgrimió hasta la saciedad para vincular a la Corona con sus conspiraciones antidemocráticas incluso muchos años después del fracaso de la intentona.

Por tradición familiar, Armada era el más monárquico de los golpistas del 23-F. Su madrina de bautismo fue la reina Cristina. Su padre era compañero de estudios y de juegos de Alfonso XIII. En la guerra civil se alistó como voluntario para luchar contra la República. Al igual que Jaime Milans del Bosch, que en 1981 sería el otro cabecilla de la intentona, combatió con las tropas hitlerianas en la División Azul.

Armada conoció a Juan Carlos desde su adolescencia. Fue uno de los encargados de prepararlo para el ingreso en la Academia General Militar de Zaragoza y, más tarde, ayudante del entonces Príncipe. En 1965 fue nombrado secretario de la Casa del Príncipe, hasta que diez años después, al morir Franco, fue designado secretario de la Casa del Rey.

Las conspiraciones de Lleida

Adolfo Suárez fue su peor adversario. El primer presidente del Gobierno de la transición desconfíó siempre de Armada, cuya influencia sobre el Monarca sería calificada en términos actuales de "tóxica". Tras varios intentos, Suárez consiguió alejar físicamente a Armada de la Zarzuela en invierno de 1980. El general fue nombrado gobernador militar de Lleida y jefe de la unidad del Ejército más potente en Catalunya, la división de montaña Urgel. En Lleida, Armada conspiró contra Suárez con varios políticos catalanes y algunos de ámbito español muy influyentes, como el socialista Enrique Múgica. Y no tuvo reparos en poner a caer de un burro al erosionado presidente del Gobierno delante del Rey, cuando este acudió a esquiar a Baqueira Beret.

Con las "montañas nevadas" del Pirineo al fondo, Armada interpretó las respuestas que el Rey le dio a sus diatribas contra la "pasividad" del líder centrista como un consentimiento para "hacer algo" a fin de sacar a España de la "situación límite" en que se hallaba postrada, como aullaban desde la 'Brunete mediática' de la época.

El 30 de noviembre del 2000 –el sábado pasado se cumplieron 13 años--, Armada recibió en su casa solariega de Santa Cruz de Rivadulla, cerca de Santiago de Compostela, a un equipo de la productora Mediapro que estaba realizando un documental para TV-3 sobre el 23-F y sus instigadores.

Al servicio de la Corona

Con la amabilidad exquisita de los aristócratas, nos paseó por la enorme extensión que rodea la mansión de sus antepasados. Nos contó orgulloso que allí se hospedó durante algunos meses el político y escritor ilustrado Gaspar Melchor de Jovellanos (un incomprendido en su época como él); detalló que aficionados a la botánica y la floricultura de todo el mundo visitaban aquellos jardines casi siempre húmedos de la Galicia profunda, católica y sentimental y nos mostró su boyante explotación de camelias.

Tras muchos rodeos galaicos, bajo un eucalipto castigado por un viento racheado, el marqués octogenario confesó lo que estuvo alegando desde que fue detenido el 24 de febrero de 1981: "Todo lo que hice entonces lo hice por servir al Rey". 'Al servicio de la Corona' es el título del libro de memorias que le publicó Planeta en 1983, con una portada en la que Juan Carlos y el general se abrazan afectuosamente. El título y también el lema que ha presidido su vida desde que fue condenado e indultado por el Monarca.

¿Usó Armada el nombre del Rey en vano para colmar sus ambiciones personales de convertirse en presidente del Gobierno a través de una votación en un Parlamento secuestrado por los guardias civiles rebeldes de Tejero? El monárquico fallecido este domingo ha respondido hasta el final de sus días que no. La justicia y la historia oficial han contestado siempre que sí. Si fue sincero el último eslabón del golpe cuya desarticulación consolidó a Juan Carlos como rey de la España democrática y lo elevó a unas cotas de popularidad tan añoradas ahora en la Zarzuela es el gran secreto que el caballero de las camelias se ha llevado a la tumba.