¿El último 'bunga-bunga'?

RAMÓN LOBO

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Ser Silvio Berlusconi no debe ser tarea fácil: todo el día embutido en el personaje, de bunga-bunga político en bunga-bunga político, agazapado detrás de una máscara sardónica, eterna y quirúrgicamente joven pese a sus 77 años recién cumplidos, simulándose burlado y antisistema en vez de burlador y producto de una cultura política corrupta que ha hecho de la cosa pública un negocio privado.

Como todo gran manipulador, Berlusconi es un personaje atractivo, complejo. No es su histrionismo ni su machismo, más de verbo que de carne, sino la mezcla entre lo maléfico y una inocencia infantil, un peter-panismo que trata de devaluar los excesos, los fraudes e ilegalidades, a una simple trastada. Tanta impostura tiene que ser agotadora para el actor; también para su público.

Lo ocurrido esta semana en Italia es, posiblemente, el final de Il Cavaliere. Si fuera un personaje normal, el titular periodístico sería:  «Ciao Silvio». Pero nadie se atreve a tanto. Nadie se atreve a enterrar al emperador dados los antecedentes y dado que es Italia, donde todo es posible. Hablamos de un hombre que controla gran parte de la televisión, la fábrica de los mitos y de las verdades menores.

Berlusconi es un superviviente, un fajador que cuenta con medios políticos y mediáticos para presentar batalla, causar daño al contrario. En la derrota deja de ser el general de la derecha para convertirse en un peligroso francotirador. No está en juego la presidencia del Gobierno, está en juego algo más importante: su escaño de senador, la inmunidad parlamentaria, una patente de corso, un eufemismo de impunidad.

Una condena firme de cuatro años por fraude fiscal, de los que cumplirá uno, quizá en su casa debido a la edad, es la culpable del revuelo de estos días. Hasta ahora, Il Cavaliere había salido inmaculado de sus líos legales gracias a las leyes fabricadas a medida por sus gobiernos, que para eso entró en política hace 20 años: para asegurarse que nunca iría a la cárcel.

Esta vez el Gobierno, la mayoría parlamentaria, está a favor de levantarle el manto protector, obligarle a salir del Parlamento. La reacción de Berlusconi fue ordenar la salida de sus ministros y provocar la caída del primer ministro Enrico Letta. La idea de unas elecciones anticipadas resultaba atractiva para quien se maneja a la perfección en ese mundo de mentiras y publicidad engañosa.

Yo, yo y 'mi' Italia

La orden de Berlusconi revelaba la escala de sus valores: primero yo, después yo y más tarde (mi) Italia. Un sector de su Partido de la Libertad, encabezado por su (ex) mano derecha, Angelino Alfano, optó por el pragmatismo: salvar el Gobierno, y anunció su voto a favor de Letta. Era lo que pedían los empresarios alarmados con la prima de riesgo y la amenaza de semanas de incertidumbre electoral.

Berlusconi perdía la batalla y perdía su ala moderada. Conserva los halcones, los más duros y sobre ellos sueña resucitar Forza Italia. No estamos ante una pleito en el voto parlamentario, sino ante una escisión. Alfano ha antepuesto la responsabilidad de Estado a las venganzas personales. Berlusconi hizo sus cuentas, que en eso es maestro, y comprobó que perdía el órdago. Por eso rectificó en el último segundo. En sus televisiones ha comenzado la venta del producto: no apoyó a Letta sino a Alfano, actuó así por responsabilidad, todo se debe al juicio político impulsado por sus enemigos, que son los de Italia (esta vez sí  hay concordancia). Parece que comienza un nuevo tiempo. Sin Berlusconi (que se irá matando) en el centro y con un Papa inusitadamente cristiano en el Vaticano, cualquier cosa será posible en Italia. Incluso la humanización de Lampedusa, ese agujero negro de la Unión Europea.

Il Cavaliere ha sabido encarnar el personaje que muchos italianos desearían ser: el triunfador que gana millones a espuertas por arte de magia, que pasea con bellas mujeres, que roba a un Estado ladrón y corrupto. Un Robin Hood. Surgió de las cenizas de Tangetópolis, que se llevó por delante a la Democracia Cristiana y al Partido Socialista de Craxi. Berlusconi se presentó como el político nuevo, limpio, empresario de éxito y el presidente del Milan. Ha resultado ser un fraude.

Italia, España y Grecia comparten una inmadurez democrática producto de sus dictaduras y de una pésima gestión de su memoria histórica. Son sociedades acríticas, pasivas, con una tolerancia inexplicable hacia la corrupción y la mentira. Cuando la impunidad y los mitos televisados están por encima de los hechos contrastados y la igualdad ante la ley, no hay democracia, solo simulacro. Ese es el verdadero caladero de los impostores.