Turquía y el golpe 3.0

MIQUEL CARRILLO

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Al ritmo que vamos, al acabar la semana media Turquía estará entre rejas y la otra movilizada en las plazas, en otros tiempos feudo de reindivicaciones democráticas, esperando que la policía les deje salir para aplicarles la justicia popular, como decía un manifestante ante las cámara el lunes siguiente al golpe. Los militares iban a restablecer el orden democrático, en lo que ya es una tradición secular en el más laico de los países con población mayoritariamente de credo islámico, y parece que los ‘demócratas’ van a restaurar el orden teocrático y marcial.

Los golpes ya no son lo que eran: un tipo con bigotito y mala leche entrando a caballo en el hemiciclo o exhortando a la inteligencia a que se muera, así, en general (valga la redundancia). Precisamente, en estos día que celebramos la desmemoria del golpe que abortó el penúltimo intento de construcción de un país moderno sobre el suelo que pisamos, se nos presenta en los medios (olviden twitter, lo que parte la pana ahora es periscope) la intentona militar en nuestra imagen especular mediterránea, los vecinos de enfrente. Los golpes son como las bodas, uno se piensa que ya no se celebran, que a la gente le da pereza tremendo lío, pero ahí están, todo el mundo tiene una amigo o un vecino (incluyendo en esta categoría a los países) que se ha visto forzado a participar, a llevar su regalo, a hacer algún comentario más o menos previsible, aunque sea tarde y mal.

Precisamente la semana en que once campesinos fueron condenados, en un juicio cuando menos irregular, a penas entre 4 y 35 años de prisión por la matanza de Curuguaty, que desencadenó el ‘golpe parlamentario’ en Paraguay y la caída de su primer presidente progresista, Fernando Lugo. Como con la pedrea de jueces, militares y políticos depurados por Ankara, nunca sabremos si la emboscada en el Chaco, donde murieron policías y campesinos, estaba preparada de antemano, pero encajó a la perfección en un movimiento de dimensiones geopolíticas. Como antes había pasado con Zelaya en Honduras y acabamos de ver en Brasil contra Dilma Rousseff. El golpe moderno trabaja con mimbres reales, se construye sobre bases tangibles, es un plato precocinado listo para servir o un delicioso cóctel confeccionado con malabarismos imposibles ante nuestros ojos; se urde hábilmente en las redes sociales y en los espacios, virtuales o no, cargados de simbolismo democrático. Seguro que hubo excesos, corrupción e incompetencia en Honduras, Paraguay y Brasil, pero hay que ser hábil para girar la tortilla con eso sin pasar por las urnas, y que parezca un accidente.

El putsch sigue existiendo como arma política, y lo peor es pensar que es algo del pasado, una hipótesis improbable, un viejo fotograma de Chaplin. Las dictaduras y los violadores de derechos humanos no son cavernícolas indocumentados que se extinguirán con el fin de la historia, son gente muy respetable a la que hasta les acabamos confiando nuestras obligaciones y compromisos en materia de derechos humanos, como ya ha hecho la UE con la propia Turquía y se dispone a perpetrar con Eritrea y Sudán para frenar la avalancha de desposeídos por el cambio climático, las guerras o los golpes (de verdad o de mentira) como el del viernes. El mismo sábado militares turcos emprendían el mismo camino que los refugiados sirios, iraquís y afganos hacia Grecia, solicitando asilo político al poner el pie al otro lado de la frontera. Está por ver si entrar en helicóptero confiere más derechos ante Bruselas que hacerlo a bordo de una patera.

Las cinco horas de dudas de nuestro Gobierno en (dis)funciones y el resto de los del continente para condenar lo acaecido en el Bósforo, dicen muy poco del compromiso de Europa con la democracia como sistema, te guste o no Erdogán. Sobre todo cuando has estado haciendo munición electoral de la lucha contra una velada dictadura en Venezuela. Si sirve a nuestros intereses, bien, si no, que los marines protejan a nuestro hijo-de-puta.

Los que vuelven son los ochenta, los golpes de estado nunca se fueron.